“Quien no quiera responsabilizarse por el mundo, que no eduque"
Joan Carles Mélich, Totalitarismo y Fecundidad


“El mundo se repite demasiado.
Es hora de fundar un nuevo mundo”
(Juarroz, R. Poesía vertical (antología),en Bárcena, F. y Mélich, J."La Educación como Acontecimiento Ético")

"Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo" (Olivier Reboul)

viernes, 29 de enero de 2010

Respuesta a artículo de Gran Valparaíso, que sugiere que Piñera encarnaría un estilo político de "diálogos ciudadanos"

En: http://www.granvalparaiso.cl/v2/2010/01/28/dialogos-ciudadanos/comment-page-1/#comment-2432

Estoy de acuerdo en lo que se plantea en cuanto a la necesidad de implementar un estilo político en el cual tener diálogos ciudadanos sea un énfasis, pero estoy completamente en desacuerdo en su percepción de que Piñera sea quien encarne ese cambio.

Me parece más bien que es una estrategia mediática para, desde la forma, hacer creer que hay cosas que han cambiado. Digo desde la forma, y no desde el fondo, porque si existiera realmente una voluntad de generar un espacio ciudadano de participación real, entonces Piñera sería partidario de abrir espacios CONCRETOS para escuchar las voces invisibilizadas actualmente, no sólo por los medios de comunicación, sino que por el sistema político que él mismo apoya:

- No dar espacio, en los mismos medios del sector que él representa, a miradas distintas a la oficial (¿cuándo hemos visto los conflictos mapuches, por ejemplo, interpretados por los mapuches, para conocer los orígenes del concflicto, los intereses en juego, por ejemplo. La prensa educa miradas y percepciones que portan una ideología de derecha, porque incluso los mismos periodistas no se dan cuenta de que son peones de la ideología dominante)

- Oponerse al sistema binominal. Con esta lógica que él defiende, de la "estabilidad política", deja fuera no sólo a importantes sectores de nuestro país -que no por ser supuestamente minoritarios debieran ser invisibilizados como lo son hoy. Ser democrático en el sentido que Matías describe, implicaría GENERAR UN ESPACIO PÚBLICO EN EL QUE TODOS TUVIERAN CABIDA, y no sólo aquellos que están legitimados por la cultura dominante.

- Proponer una "política de los acuerdos" que, cuando no es compartida por sectores como el PS, por ejemplo, inmediatamente personeros de derecha tachan de "problemática", o de poco menos querer agitar las aguas y conducirnos a una ingobernabilidad, como hace poco sugirieron personeros de la UDI. Es decir, aqui hay una manifestación clara de que no hay intención de debatir, cuestión básica de una ciudadanía entendida por un tener voz. A menos, claro, que se quiera sólo oír una voz que diga "sí, estemos de acuerdo".

Por lo tanto, me parece violento -simbólicamente hablando- que el nombre de Piñera se asocie a algo tan democrático como pensar en una democracia distinta a la democracia de elites que hemos venido viendo en nuestra vida política republicana, y se transforme en un espacio para tener voz y no sólo voto. Me parece más bien otra estrategia hábil y astuta de un hombre que, gracias al sondeo de un equipo de cientos de asesores, se mueve por lo que le indica el marketing: "esto quiere la gente, haz esto". Y claro, con una masa que no tiene los parámetros mínimos para evaluar la realidad política y develar los intereses y poderes en juego, no termina más que rindiéndose al show que nos ofrecen.

Priscilla Echeverría De la Iglesia
Profesora

miércoles, 27 de enero de 2010

A propósito de la política de los acuerdos (ja!)

Me parece que el gran error en que ha caído la Concertación ha sido el sumarse a la política de las élites, en la que el concepto de democracia se limita a que las personas votemos para elegir a nuestros representantes, y nada más, arrogándose ellos luego el derecho de pensar el país por todos. ¿Un ejemplo? La revolución pinguina, que tuvo el gran éxito de poner a pensar un país completo en educación, terminó con una LGE que no fue más que un acuerdo entre los partidos de la Coalición y la Concertación. La mesa de discusión que duró meses, no fue más que un saludo a la bandera, un "hagamos como que todos participamos". La otra democracia, esa participativa, en la que construimos un espacio público en el que nos encontramos todos para beneficiarnos todos, esa democracia no es la de nuestro país. Baste ver el tipo de relaciones que se encarnan en las prácticas de muchos profesores en las escuelas, en los trabajos, en nuestra clase política...no la del diálogo, es la de la imposición. Y con ello, sólo se genera resentimiento, sometimiento y una cultura de cinismo e hipocresía. Recuperar una democracia real es la tarea que ahora tenemos quienes creemos en una sociedad inclusiva, pluralista y participativa. Una democracia que se encarne en una vida social de diálogo, de participación, de trabajo arduo por lograr proyectos colectivos no impuestos, sino nacidos desde el interés de aquellos que hoy no tienen voz, y que es la mayoría. Ésa debiera ser la gran lucha de quienes construimos la cultura social en el día a día: profesores, periodistas, artistas, políticos, entre otros.
Priscilla Echeverría De la Iglesia
Profesora

De la necesidad de aprender a vivir juntos (publicado por diario electrónico Gran Valparaíso 27 de Enero)

El lamentable hecho del que nos ha informado la prensa a comienzos de semana, que dice relación con el chofer del Transantiago herido con un desatornillador por un sujeto que se negó a pagar su pasaje, y que lamentablemente murió la madrugada del Miércoles 27 de Enero, nos recuerda un hecho que hoy es cotidiano en nuestra vida diaria no sólo en los medios de locomoción, sino que en la mayor parte de los ámbitos de nuestra vida social: pasar a llevar a los demás.

Si bien ahora aparece en portada por el trágico desenlace que tuvo esta agresión, la violencia es una cuestión cotidiana, a la que parece nos hemos acostumbrado. En el caso de los medios de locomoción colectiva, y del Transantiago en particular, se manifiesta en un hecho del que todos hemos sido testigos más de alguna vez, y que fue el que desencadenó el triste desenlace para el conductor víctima de la agresión: la costumbre que muchos han adoptado de subirse por las puertas traseras de los buses, para evitar el pago, sin la más mínima vergüenza. No me estoy refiriendo a cuando alguna persona pide ser transportada sin pagar, porque en ese hecho se está reconociendo una norma básica que todos seguimos, cual es que lo correcto es pagar el pasaje, sino que me refiero a cuando las personas, con el mayor descaro, se suben simplemente sin querer pagar, arrogándose el derecho de no hacerlo.

Parece ser que, desde que se eliminó el sistema de pagar directamente al conductor, en el imaginario colectivo se ha instalado la idea, incorrecta por cierto, de que ahora los buses son “tierra de nadie”, sin la más mínima valoración de lo que es un bien común, como algo de todos y todas. Como ya el chofer no recibe dinero, no debería preocuparse de si las personas pagan o no, porque, al fin y al cabo, ya no debiera ser problema de él. Y si éste reacciona, el resto le hace ver que está equivocado por comprometerse porque un sistema funcione. Esto evidencia, tristemente, que el criterio para involucrarse con los hechos que se suceden no es que las cosas resulten por el bien de todos, sino el grado de perjuicio/beneficio económico que en lo personal se obtenga de ellas. En otras palabras, “¡Qué importa que el Transantiago funcione, si a mí no me toca el bolsillo!”. “!Qué importa que la gente no pague, si a mi no me perjudica!!, “!Qué tanto se complica el chofer, si a él le pagan el sueldo igual!”

Detengámonos en esto. En cada una de estas afirmaciones, que muchos seguramente hemos escuchado regularmente, está implícita la idea de que es el beneficio económico el único criterio válido para involucrarse con los hechos de los que somos testigos día a día. El alto grado de individualismo evidenciado en ello nos obliga a reflexionar sobre la falta de compromiso de muchos en construir una forma de vida en la que se valore lo que es de uso público, nos respetemos e intentemos que las cosas resulten, por el sólo hecho de valorar que las cosas se hagan bien y se actúe de una forma correcta, es decir, sin que otros se vean perjudicados, no importa quiénes sean esos otros, si un ser humano de carne y hueso, una institución o el gobierno.

Entonces cabe hacerse la pregunta: ¿en qué momento de nuestras vidas aprendimos a ser tan individualistas? ¿Cuándo es que aprendimos que pasar a llevar a otro, “ganarle”, “hacerlo leso”, es valorable? (aún recuerdo la cara de triunfo que muchos ponen cuando logran pasar sin pagar). Pues todos como sociedad tenemos un grado de responsabilidad, no es menor que las lógicas de convivencia las aprendemos viviendo dentro de un grupo humano.

Éste es la cuestión de interés. Es cierto que todos como sociedad tenemos un grado de responsabilidad, pero, esto deja la discusión en un punto ambiguo sin posibilidad de enfrentar la problemática. Ello nos obliga a pensar en aquellas instituciones en las que la sociedad deposita la responsabilidad de educar, y que son la familia y la escuela.

Es indiscutible el grado de responsabilidad que tiene la familia en lograr que sus miembros aprendan a convivir respetando normas básicas. Y diremos normas básicas aún cuando la discusión es un poco más profunda: se trata de aprender lógicas que nos estén motivadas por el individualismo, la competitividad, en que “el ganarle al que está al lado” sea la cuestión fundamental que norme nuestra convivencia. La familia tiene responsabilidad, por cierto, pero ¿acaso son ellas las que están llevando a cabo la función de educar? Imaginemos una familia típica de clase media baja, en que ambos padres trabajan en una empresa, a la que dedican la mayor parte del día (supongamos que salen de sus casas a las 8 y vuelven a la misma hora). Las horas de convivencia con sus hijos son escasas, a lo más 4 horas diarias. Sin considerar que el agotamiento del día, la necesidad de hacer las cosas pendientes o simplemente de ver televisión hacen que la calidad de esos encuentros sea precaria. Entonces, ¿es la familia la que está llevando a cabo la tarea de educar? Parece ser que nuestra vida moderna hace un rato ya ha impuesto otras formas de resolver la cuestión de educar.

La respuesta a la pregunta formulada es no. La institución en la que descasa esta responsabilidad es la escuela. Es en ella en la que nuestros niños y jóvenes pasan la mayor parte del día. Es en ella en la que aprenden a vivir en sociedad, para bien o para mal.

Y aquí llegamos al punto que me interesa plantear: ¿Cuál es la relación entre nuestra forma de convivir como sociedad y la escuela? Pues, entre otras, el aprendizaje de las lógicas de convivencia. Éstas pueden ser de tipo individualista, competitivo o colaborativo. Preguntémonos por las que están aprendiendo nuestros niños y jóvenes. Preguntémonos por las consecuencias de construir una sociedad en la que se valore el pasar a llevar al otro. En la lógica de la competencia, siempre se valora que uno gane. ¿Pero qué pasa con el que pierde? ¿Pierde, acaso, porque quiere, o porque no tiene las mismas herramientas para enfrentarse a esa competencia? ¿Por qué, mejor, no pensar en establecer lógicas de convivencia colaborativas, en las que aprendamos a dar lo mejor de cada uno de nosotros, con lo que todos nos veamos beneficiados?

Sin duda a la escuela le cabe la responsabilidad de plantearse estas cuestiones. No sólo por la necesidad de enfrentar, como sociedad, la locura de habernos insensibilizado con la lógica de pasar a llevar a otros, sino por la urgencia de aprender a vivir juntos de una manera más amable, sin tener que estar a la defensiva, sin desconfianzas. Y digo que es la escuela a la que le cabe esta tarea porque es la cultura escolar la que se construye muchas veces desde lógicas de convivencia basadas en la desconfianza, la imposición, la manipulación (el premio y el castigo), en lugar del diálogo, la negociación y la participación de los intereses auténticos de los sujetos que están en ella.

Y no se trata de aprender estos valores desde una prédica o un discurso cansador y repetitivo, sino de encarnarlos en formas sanas de relación, cotidianamente, de manera que educarse sea algo que se dé naturalmente, por el sólo hecho de ser parte de ese grupo humano.

No es fácil asumir el desafío de educar a las nuevas generaciones. Este aspecto, el de la convivencia, que sin duda dice mucho sobre la calidad de nuestra educación, es un aspecto invisibilizado en los discursos tecnocráticos sobre la calidad, y se hace necesario abordar seriamente para enfrentar los problemas que tenemos desde hace rato ya en nuestra vida social. Por el contrario, la forma de enfrentar la cuestión de la calidad en la educación ha enfatizado aún más las lógicas competitivas e individualistas, poniendo la función instructiva de la escuela por sobre la educativa.

Es necesario abrir la discusión a este tema, pues hacer prevalecer la ley del más fuerte, pasar a llevar a los demás parece ser la tónica del día a día. Y no podemos pensar sólo en las sanciones a aplicar para quienes transgreden la ley o las normas de convivencia, porque ésa es otra discusión. Debemos, de una vez por todas, dirigir nuestra atención a las causas. Y la escuela y su lógica de relaciones, tiene por cierto gran responsabilidad en ello. Y las políticas educativas, por cierto, también.

Buscando una explicación al triunfo electoral de la derecha (carta publicada en los sitios Radio Universidad de Chile y Gran Valparaíso el 19 de Ener)

Ayer por la tarde, luego de que fuera inminente el triunfo de Piñera por sobre la Concertación en la segunda vuelta electoral, me encontraba pesando pan en el supermercado. Un "hola" amable y sonriente de parte del pesador del pan me sorprendió, y cuál no fuera mi sorpresa al reconocer a un chico que había sido alumno mío hace dos años, en tercero y cuarto medio. Aún tristemente sorprendida e indignada por el resultado electoral, cuando me preguntó que cómo me encontraba no pude más que decir que mal, triste por el resultado. ¿"Y tu cómo has estado?"; le pregunté yo. Y me respondió "Bien, yo salí favorecido"-aludiendo al resultado electoral. No pude más que esbozar una triste sonrisa y responderle, "Ojalá".
El comentario y alegría de este chico me ha llenado aún más de preguntas sobre las causas que explican este indignante triunfo de la derecha, una de las cuales no deja de rondar en mi cabeza: ¿qué hace que un chico, salido de un colegio técnico profesional con la especialidad de Técnico en Contabilidad, de clase social baja, se encuentre trabajando un día Domingo, a las 9 de la noche, por un sueldo seguramente mísero, y crea que votar por un candidato que representa al empresariado le hace salir favorecido? ¿es posible que el logro de la derecha sea tan escalofriante como haber logrado no sólo el triunfo en las urnas sino borrar cualquier rastro de conciencia o reconocimiento del lugar que se ocupa en la sociedad, al punto de no entender los intereses y poderes en juego?
Esto es lo que me preocupa. Que finalmente, como en el 1984 de Orwell, el manejo de los medios vaya más allá de mera manipulación y haya mellado aquello que está en nuestro más íntimo ser, nuestra indentidad. Que finalmente tener conciencia de quiénes somos y el lugar que ocupamos en la sociedad, para a partir de alí decidir por lo que consideramos correcto, ya no sea posible.
Quienes estudiamos currículum sabemos que todo trayecto formativo que recorra un sujeto le conforma una identidad, es decir, una forma de (re)conocerse, de ser y hacer en el mundo. Y ello es lo que nos vuelca nuestra atención hacia los sistemas formativos como altamente responsables del tipo de sujeto que se forma en las escuelas: un sujeto que ha sido formado bajo una racionalidad instrumental, es decir, de hacerle creer que los conocimientos son valiosos sólo si responden a una lógica de medios-fines, como si dominar el medio fuera lo único importante, y el interés de comprenderlo o transformarlo no existiera y fueran inútiles. Si a esto le sumamos lógicas de convivencia llevadas a cabo en las instituciones formativas (cuestión que también es parte del curriculum (oculto) por cuanto también configura una forma de ser y de relacionarse con otros), lógicas basadas en la desconfianza, la imposición, la heteronomía, entonces tenemos por resultado sujetos que no son capaces de participar del espacio público, de plantear sus ideas y necesidades, sino de individuos que forman en conjunto una masa atomizada, formados sólo para el mundo del trabajo, obedientes y conformistas de la realidad que les tocó vivir, como si la esfera laboral fuera la única dimensión válida de la vida humana. Si a todo lo anterior le sumamos que tenemos, en nuestra sociedad, un "currículum" cultural -representado por los medios de comunicación- que ha seleccionado sólo contenidos para alienar a las masas, y un contexto neoliberal que ha transformado la vida política sólo en un mercado electoral, en el que las personas responden a una oferta política marketera, entonces tenemos los ingredientes perfectos para tener a una sociedad que olvida que detrás de las ideas y las capacidades hay intereses que orientan las acciones, y, por lo tanto, no son neutrales.
Claro que es tristemente lógico que el chico del pan vote por la derecha. Formado en un colegio que le hizo pensar que estudiar sólo sirve para insertarse en el mundo del trabajo, que nunca desarrolló en él su dimensión cívica -ya que le hicieron pensar que dicha responsabilidad sólo se limita a votar-, que le anuló sus posibilidades de transformar la realidad desde ideas, proyectos, inquietudes propias...lo transformó en espectador del circo que vivimos, maleable, dócil, instrumento de las voluntades de otros, de una elite que piensa el país por todos, arrogándose el derecho de decidir lo que es mejor para todos, pero desde sus propios intereses, sin dejar espacio para un diálogo compartido que permita abrir miradas distintas, diversas, olvidadas.
Qué pena nuestro sistema escolar, que no educa. Qué pena nuestra industria cultural, que violenta las consciencias de nuestros niños y jóvenes, solos en casa por estar los padres absorbidos por la vida moderna que vivimos. Qué pena que la Concertación se haya hecho cómplice de todo esto, queriendo jugar el juego de la derecha fomentando toda esta alienación de masas. Es justo que le haya pasado la cuenta. Es justo, pero triste. Radicalizaron el fomento de una educación con un currículum racio técnico, dejaron que los medios jugaran libremente en el mercado de las opiniones. Ante un pueblo sin categorías de análisis mínimas, propias, para leer la realidad, cualquier ofertón tendría éxito, como lo tuvo tristemente ayer.
Es justo que la Concertación haya perdido y es triste, no porque Frei representara una esperanza ingenua, pero sí la tranquilidad de que no retrocederíamos en nuestros derechos más básicos. Si la derecha fue capaz de hacerse cómplice de violentar nuestros Derechos Humanos con tal de imponer su visión de sociedad válida -encarnada en su sistema de libre mercado implementado en la dictadura- entonces no hay ética que valga para ellos para excluir las voces disonantes e imponenrnos sus miradas, pero ahora de un modo más inteligente: sin violencia, con sonrisas ensayadas, con condescendencias disfrazadas, poniendo al que no está de acuerdo como el equivocado por el sólo hecho de estarlo. Éste es el triunfo más importante de la derecha: haber consagrado, en el imaginario público, la idea de que discutir es malo, inútil. Estemos de acuerdo, digamos a todo que sí, no seamos mala onda. La victoria radica en que, aún cuando los perjudicados están siendo defendidos por unos pocos, esos pocos son vilipendiados por esos mismos perjudicados, como si estar en desacuerdo estuviera mal por el sólo hecho de estarlo. Nuestro pueblo se acostumbró a que unos pocos piensen por muchos, ésa es la victoria de ayer que me apena, me indigna, me desconsuela.
Es por ello que siento pena, mucha pena por mi país...
Por su ignorancia, al creer que nuestros profundos problemas sociales se resuelven con medidas a corto plazo.
Por su ingenuidad, al creer que el empresariado defenderá sus intereses (cuando han sido los mismos que nos han sucumbido en una vida de esfuerzo e injusticia incesante).
Por su desclase, al haber perdido su identidad, al creer que porque pueden disfrazar la pobreza con acceso al crédito han dejado de ser pobres.
Por su indignidad, al aceptar migajas cuando se entusiasman con bonos y nimiedades.
Por su estupidez, al poner en riesgo los avances sociales recuperados desde la dictadura.
Por su desmemoria, al olvidar que los problemas sociales que la derecha propone solucionar son los mismos que ellos propulasaron al implementar el modelo neoliberal en la dictadura.
Por su condición de víctima, al ser manejados incansablemente por un sistema educacional, político, cultural, comunicacional, a favor de la enajenación, alienación, falta de consciencia.
Por su individualismo, al pensar sólo en su condición y no entender un proyecto de país que debería mirar por todos y no por unos pocos.
Por todo eso y más, me apeno, me indigno, me asusto, me espanto.

De juntarnos, desobremesas y demases (a propósito de las fiestas de fin de año)

Todas estas fiestas de fin de año nos traen esperanzas de reunirnos y compartir con la familia y los amigos. Incluso Facebook nos ha abierto la posibilidad de saber de viejas amistades que ya creíamos olvidadas, lo que ha generado la "moda" de juntarse y conversar. Parece ser que no faltan razones para juntarse y "compartir"; pero, además de reir y pasar un buen rato, de brindar y recordar anécdotas juntos (que por lo demás se acaban rápido), de sacar viejas fotos y rememorar un pasado lejano... ¿cuánto sabemos realmente de cómo están los demás y cuánto realmente saben los demás de cómo estamos? ¿conversamos realmente? ¿de verdad nos interesamos en preguntar y responder el "¿cómo estás?" como algo más que una mera pregunta de cortesía? ¿nos interesan verdaderamente nuestros contertulios, o sólo estamos matando el tiempo?.
Luego de tantas reuniones, es interesante repasar efectivamente qué ocurrió en ellas, y al sacar las cuentas de lo entregado y recibido, podemos concluir con facilidad que no supimos realmente cómo están los otros (no los demás saben en qué está uno), porque a lo más se conversó de nada, de cuestiones superfluas para estar todos diplomáticamente de acuerdo, porque discutir, intercambiar ideas, eso señores parece ser de mal gusto.
Los dejo con un extracto de "El hombre light", de Enrique Rojas, que es muy pertinente para mi reflexión:
"La regla de oro es la superficialidad, de tal forma que en una cena, por ejemplo, si aparece un tema serio, es muy frecuente que en seguida alguien lo trivialice poniendo un disolvente irónico que despista a los contertulios y los lleva nuevamente a ese no hablar de nada. De hecho, se repiten continuamente las mismas frases, comentarios o tópicos de lenguaje"
Y aquí hay otro mejor:
"Estamos ante una vida cóctel devaluada: una mezcla de verdades oscilantes, una conducta centrada en pasarlo bien y consumir, en interesarse por todo y, a la vez, no comprometerse en nada. Todo se puede acomodar, todo es transitorio, todo es pasajero, relativo, inconcreto, y hasta la democracia, la vida conyugal o de pareja se vuelven light. El lema es no exigir demasiado y alcanzar una tolerancia absoluta. Ya no hay retos, ni metas heroicas ni grandes ideales, porque lo importante es pasarlo bien, sin esfuerzos ni luchas contra uno mismo, y cualquier resultado es bueno"..."La discusión actual está vacía, los medios de comunicación se prestan a darnos noticias e informaciones que no dicen nada"
Como dirían tantos por ahí "¿para qué te hacís' problema?, no seai' mala onda".