“Quien no quiera responsabilizarse por el mundo, que no eduque"
Joan Carles Mélich, Totalitarismo y Fecundidad
“El mundo se repite demasiado.
"Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo" (Olivier Reboul)
jueves, 22 de octubre de 2015
El 11 de septiembre y algunas disonancias entre nuestros discursos y nuestras acciones: La formación ciudadana en nuestro sistema nacional de educación en el marco de las reformas
Las palabras del diputado UDI Ignacio Urrutia en el Congreso Nacional el día 10 de Septiembre
no pueden dejarnos indiferentes. En el marco de la discusión sobre dar el bono reparatorio a
víctimas de prisión política y tortura, Urrutia intervino señalando que estas víctimas en realidad
son terroristas, y que los verdaderos héroes están en Punta Peuco.
Sus declaraciones son graves no sólo porque evidencian que hay un Chile que sigue justificando
el golpe cívico-militar con la violencia y atropello a los Derechos fundamentales que ello significó,
sino además porque dan cuenta de cuán explícito tiene que mostrarse el conservadurismo y la
defensa de un ejercicio de poder jerárquico y opresivo, para que reaccionemos y nos
escandalicemos ante tan evidente prepotencia.
¿Por qué el conservadurismo tiene que ser tan evidente para que lo veamos? ¿Acaso no vivimos,
veladamente, en relaciones que se basan en una desigual distribución de poder, en las que, si
estamos del lado desfavorable, no nos queda más que someternos, resignarnos y adaptarnos, y,
si estamos en el lado privilegiado, aprovechamos? ¿Acaso no es cotidiana la prepotencia que
reflejan las palabras del diputado, sólo que se manifiesta en términos velados, implícitos,
escondidos en esas lógicas de relación casi inconscientes que aprendimos al crecer en esta
cultura social y que reforzamos día a día de tanto repetirlas y naturalizarlas bajo el supuesto
ejercicio de una libertad individual?
Sin duda, la actitud del diputado es anacrónica. No porque la postura de fondo lo sea, sino
porque en estos tiempos no es necesario ser tan explícito para defender un orden social opresor,
jerárquico, conservador. Contamos con medios mucho más efectivos y sutiles que un discurso
acalorado para que las personas nos convenzamos de que la única forma de ser sociedad es
sometiéndonos al orden establecido. Hay una industria cultural que nos aliena, y un sistema
educativo que, muchas veces, desde su pretensión de neutralidad forma a nuestros niños, niñas
y jóvenes para naturalizar las relaciones jerárquicas, poco participativas y poco reflexivas. Ya no
es necesario reprimir explícitamente cuando hay dispositivos velados y efectivos que refuerzan la
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adaptación y resignación de las personas, las que incluso terminan justificando esa opresión aun
cuando las perjudique a sí mismas, y defendiendo el darwinismo social sólo como una cuestión
que se puede resolver a punta de esfuerzo personal en lugar de leer la injusticia social como
resultado de cuestiones más profundas y estructurales.
Lo más grave de estos dispositivos de transmisión cultural como lo son la industria cultural y la
escuela, además de alienarnos y hacernos defender -sin querer muchas veces- el orden
establecido, es que (de)forman nuestra dimensión moral también sutilmente, haciéndonos
valorar ciertas cosas sin siquiera darnos cuenta, creyendo que valoramos otras, disociando así
nuestro discurso de nuestra forma de ser. Parece que hemos aprendido a mirar la sociedad como
espectadores pasivos, sin un papel que cumplir para transformar aquello que reclamamos.
Reclamamos justicia pero no reflexionamos sobre cuán justas son nuestras acciones.
Reclamamos abuso de poder por parte de las instituciones o del mismo Estado a través del golpe,
pero no miramos críticamente cuánto abuso de poder hacemos desde las posiciones que
ocupamos. No nos damos cuenta de que el Golpe de Estado y el atropello a los Derechos
Humanos se han convertido casi en un estereotipo que repetimos como consigna, no pensada ni
sentida en profundidad…sin darnos cuenta de que la prepotencia y el abuso es algo que sufrimos
a diario, o que incluso ejercemos cotidianamente.
Es por ello que parece insuficiente nuestra preocupación como sociedad sobre las palabras del
diputado Urrutia y el deseo de “nunca más” al atropello de los Derechos Humanos: insuficiente
porque no identificamos que el problema de fondo, además del atropello explícito -golpe de
Estado, tortura, desaparición de personas- es aquel atropello que sufrimos, ejercemos y
defendemos al naturalizar nuestras lógicas de relación como válidas o, peor aún, como las únicas
posibles. Parece ser que el problema tiene que ver con la falta de conciencia, con la disociación
de nuestros discursos respecto de nuestras acciones, con la falta de elementos que nos permitan
visibilizar las habilidades reflexivas y la personalidad moral fortalecida que necesitamos.
Difícil escenario se nos presenta al ver que tenemos instituciones que refuerzan esta falta de
conciencia, consecuencia y sensibilidad. No podemos hacer mucho como ciudadanos individuales
para cambiar una industria cultural cuyos propósitos no son precisamente cambiar el orden de
las cosas, pero sí podemos reclamarlo a la escuela, en tanto en ella descansa la responsabilidad
de educar a nuestros niños, niñas y jóvenes. La escuela en este sentido tiene una responsabilidad
ineludible. Dentro de este marco, los adultos responsables en la formación de personas podemos
preguntarnos, ¿tenemos conciencia sobre la responsabilidad personal que tenemos en la
transformación del orden de las cosas que muchas veces reclamamos, en lugar de sólo exigirles a
otros que cambien las cosas? ¿Hacemos, desde nuestra práctica diaria, un ejercicio de poder
justo para que quienes se forman desde nuestro quehacer docente se sientan con derecho a
disentir, a proponer, a opinar, a construir un nosotros compartido? ¿Tenemos conciencia sobre
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la responsabilidad que nos cabe en la repetición de formas de relación jerárquicas,
acomodaticias, a partir del trabajo que desempeñamos en nuestras aulas? ¿Tenemos conciencia
de cómo promovemos la cultura de la sumisión, la resignación y la hipocresía, a partir del trato
que tenemos con otros que tienen menor poder que nosotros, y del abuso que podemos estar
ejerciendo aun involuntariamente?
El papel de nuestro sistema educativo en nuestra formación no sólo cognitiva, sino también
moral y política sería un camino para enfrentar estas disonancias entre nuestros discursos y
nuestras prácticas, al desarrollar nuestro nivel de conciencia y comprensión sobre la sociedad en
la que vivimos, comprometernos con su construcción y hacernos responsables del papel que
desempeñamos en construirla. Para ello es importante recordar que la escuela es una institución
que transmite permanentemente mensajes implícitos que se absorben inconscientemente, aun
cuando lo que se declara formalmente a través de sus discursos –el proyecto educativo, por
ejemplo- nos habla de otra cosa, incluso opuesta a lo que se ve a nivel de relaciones humanas
cotidianas. Ello quiere decir que la cultura escolar transmite ciertos valores en los niños, niñas y
jóvenes que están inmersos en ella. Pero también lo hace en tanto canal de la política educativa
a través de la selección y organización de los saberes que han de transmitirse, desde una
racionalidad técnica que fomenta valores relacionados con lo útil por sobre aquellos
relacionados con lo bueno. Así, parece que interiorizamos la utilidad, la eficiencia, la eficacia y el
rendimiento como lo más importante a la hora de evaluar asuntos cotidianos, lo que deja
nuestra formación moral en un segundo plano y casi relegada a la espontaneidad, o a lo más, a la
transmisión de una moralina que poco impacta en la formación de la personalidad moral de
nuestros niños, niñas y jóvenes.
Las reformas a la educación que se están discutiendo son una gran oportunidad para enfrentar la
necesidad evidente de desarrollar una calidad moral sólida en nuestra sociedad. No sólo por esta
inconsecuencia en la que solemos incurrir como sujetos comunes y corrientes, sino también por
los abusos explícitos que vemos recurrentemente –desde las palabras del diputado Urrutia hasta
los numerosos casos de corrupción de la clase política chilena que dieron origen a la Comisión
Engel.
Lamentablemente las reformas que se están discutiendo no abordan con fuerza esta
preocupación, pues no terminan del todo con las lógicas de mercado del sistema educativo, ni
privilegian una formación inicial y continua de profesores que valore su capacidad de formar lo
ético y lo político en los futuros ciudadanos. Las condiciones para recuperar la función social de
la educación requieren un modelo educativo con otras bases, que favorezca la creación de una
comunidad educativa y no que haga recaer la responsabilidad de una educación de calidad sólo
en la figura del profesor, porque ello impacta en que trabaje individualmente y poniendo el foco
en logro de aprendizajes de orden académico señalados en el currículum nacional. Para una
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escuela que lleve a cabo su función social se requieren condiciones para que el trabajo del
profesor sea un trabajo de creación y reflexión, no de administrador eficiente de saberes
seleccionados y organizados por otros.
A actuar, sentirse responsable, sentirse parte, se aprende. A sensibilizarse con lo cotidiano e
indignarse con la injusticia –y no sólo con hechos históricos o de salidas de madre como la del
diputado Urrutia, que pueden transformarse en estereotipos- también. Y por supuesto, también
se aprende a reflexionar sobre el propio actuar para cuidar la consistencia entre lo que se dice
que se piensa y lo que verdaderamente creemos en un nivel muchas veces inconsciente y que
finalmente orienta nuestro actuar. Desarrollar la capacidad reflexiva sobre lo ético y no sólo en el
plano técnico nos abrirá la esperanza de cambiar una cultura social jerárquica en la que parece
que la única forma de inserción posible es adaptándose y resignándose, en lugar de abrir
espacios para su construcción y transformación.
No basta con las propuestas del Ministerio para abordar esta preocupación si ellas van en
paralelo con políticas que las tensionan y las dejan en un segundo plano. Si las escuelas siguen
siendo evaluadas por el resultado en pruebas estandarizadas de algunas áreas del currículum
nacional, entonces la preocupación de las instituciones educativas será por aquello y no por la
calidad moral que los estudiantes están desarrollando al estar en ellas, por mucho que les
importe. Para que de verdad se cumpla el “nunca más”, y no sólo veamos la prepotencia en
actos explícitos como el del diputado Urrutia, necesitamos de un compromiso serio de la política
educativa de no poner en tensión el ámbito formativo con el académico, y de propiciar la
formación inicial y continua de profesores visibilizando su labor formativa y no sólo instructiva.
Una labor formativa que comprenda que formar ciudadanos comprometidos, vigilantes atentos
de la injusticia y el atropello a los derechos de las personas, requiere entender que la formación
ciudadana debe ser una prioridad de nuestro sistema educativo. Aún tenemos mucho que
avanzar en ello.
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