“Quien no quiera responsabilizarse por el mundo, que no eduque"
Joan Carles Mélich, Totalitarismo y Fecundidad


“El mundo se repite demasiado.
Es hora de fundar un nuevo mundo”
(Juarroz, R. Poesía vertical (antología),en Bárcena, F. y Mélich, J."La Educación como Acontecimiento Ético")

"Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo" (Olivier Reboul)

martes, 5 de abril de 2016

La urgencia de una buena "educación cívica" Revista Mensaje Marzo-Abril 2016, páginas 58 a 61)

En el último tiempo se ha otorgado cada vez mayor importancia a las iniciativas públicas en el ámbito cultural. Impulsadas principalmente por el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes (CNCA), ellas buscan estimular la participación activa de la ciudadanía para fortalecer la preservación, promoción y difusión del patrimonio cultural chileno, lo cual es de gran importancia para fortalecer nuestra identidad y nuestro sentido de país. La última de estas actividades fue el Carnaval de los Mil Tambores, celebrado en septiembre en Valparaíso. Se desarrolló con la premisa de que es importante recuperar espacios públicos para el arte y la cultura, cuestión relevante para consolidar los lazos de convivencia y un sentido del “nosotros”. Muchos nos esperanzamos al observar la masiva respuesta a esa convocatoria, entendiéndola como un reflejo de la valoración e identificación de las personas con esos ideales. Pero ¿será así? ¿Será que de verdad estamos avanzando en compartir una concepción más humanizada del mundo, más amable, más favorecedora del desarrollo de las personas, más pacífica y justa? ¿Y si no fuera así? ¿Y si estas altas concurrencias no fueran sino un velo que nos impide ver cuán lejos estamos de esos anhelos? ¿Qué tal si las pautas y creencias por las que realmente nos orientamos fueran en un sentido distinto, e incluso opuesto, a esos ideales y aspiraciones que decimos apoyar? ¿Qué tal si estas manifestaciones no son más que un cambio de forma y no de fondo? Revisemos, por ejemplo, cuán paradójico resulta que ese carnaval haya concluido con cuatro mil toneladas de basura esparcidas en las calles, atropellándose derechos y deteriorándose espacios públicos, generándose precisamente lo contrario a lo que esa iniciativa busca promover. Hay allí un sinsentido, una disociación entre la forma de actuar y el discurso con el que aparentemente se está de acuerdo. Si estamos a favor de la paz, la justicia y la dignidad de los pueblos del mundo, entonces debiéramos tener una conducta acorde, no violentando ni atropellando espacios que son de todos. Sin embargo, lo ocurrido en esta actividad en Valparaíso indicaría que hay una extendida actitud de poca responsabilidad frente a nuestras acciones, de escaso respeto hacia la ciudad, de apego a un individualismo que solo busca satisfacer las propias necesidades, y de incapacidad de asumir nuestras propias acciones y entender cómo interactuamos con el mundo. Pareciera que a los chilenos nos cuesta ser habitantes de la ciudad, nos cuesta ser ciudadanos. Se observa débil nuestro compromiso con la noción de bien común. EXPLORANDO LAS DIMENSIONES MORAL Y POLÍTICA Podemos preguntarnos cuánto contribuimos nosotros mismos a que la realidad que criticamos sea como es y con eso nos estamos interpelando sobre nuestra personalidad moral —conciencia, juicio, empatía, toma de perspectiva social, valores, emociones, entre otros—, pero también sobre la relación de nuestro yo individual con lo colectivo. Y en el Chile de hoy parece ser que estamos más cerca de un individualismo extremo, producto del debilitamiento de la confianza, los lazos sociales, el sentido del nosotros y de la posibilidad de tener sueños y proyectos comunes. Esto revela cuán político y ético es el problema que subyace en esta temática. Político, porque se vincula con nuestra relación con el mundo. Ético, porque habla de para qué, por qué, qué y cómo nos movemos en esa relación con el mundo… de los valores que nos mueven, de nuestra cuestionable poca sensibilidad frente a mucho de lo que nos rodea. OPORTUNIDAD A OBSERVAR CON CAUTELA Actualmente, ante la problemática de la falta de educación moral y política, en el Congreso Nacional se discute sobre la obligatoriedad de la asignatura de Educación Cívica en los establecimientos educacionales. La presidenta Michelle Bachelet recogió en ese sentido la recomendación hecha por el Consejo Asesor Anticorrupción encabezado por Eduardo Engel. Sin embargo, esta es una oportunidad que debemos considerar con cautela, pues medidas paliativas para fortalecer el rol de la escuela en este ámbito de la formación ya se han dado antes, sin lograrse los efectos buscados. Queremos afirmar que esta propuesta es necesaria pero insuficiente, y que, además, es de difícil desarrollo debido al gran influjo que en el Chile de hoy mantiene una cultura social que promueve una lógica neoliberal. La preocupación por la educación cívica y moral no es nueva en la política educativa. Los marcos curriculares y las actuales bases curriculares plantean la existencia de objetivos fundamentales transversales u objetivos de aprendizajes transversales, respectivamente, que explicitan la importancia del desarrollo ético de las personas, así como también aluden a aspectos vinculados con su dimensión cívica. En ese contexto, creemos que la medida de incluir la educación cívica significa mantener la misma escasa relevancia que esta tiene en la práctica concreta, si el currículum sigue conviviendo en paralelo con un sistema evaluativo estandarizado que valora exclusivamente la dimensión académica de ciertas asignaturas como sinónimo de calidad educativa. En este sentido, hay políticas paralelas a los aspectos ético políticos en la política curricular que tensionan la exigencia formativa en la escuela, tensión que termina resolviéndose mediante la priorización de lo más urgente, como es reflejar buenos resultados académicos para atraer matrícula, en un escenario que hace competir a las escuelas para poder sobrevivir. Así, el anuncio presidencial sobre la reposición de la asignatura de Educación Cívica y la exigibilidad a las escuelas de contar con un Plan de Formación Ciudadana pueden quedar solo como una declaración de buenas intenciones, si no se acompañan de otros cambios en la formación escolar. Potenciar el rol formativo de la escuela requiere visibilizar otros criterios de evaluación —cualitativos, no estandarizados— que, en lugar de buscar comparación y competencia en el mercado educativo, permitan a esa institución aprender sobre cuán educativo es el clima de convivencia que está ofreciendo y cómo viven esa cultura los actores que la conforman. QUÉ ENTENDEMOS COMO “EDUCACIÓN CÍVICA” Por otra parte, el anuncio de la Presidenta nos exige preguntarnos cómo se está entendiendo la educación cívica. Es necesario celebrar que el proyecto de ley actualmente en trámite destaque la importancia de la formación cívica en la escuela, amplíe la noción de educación cívica a algo más allá de lo meramente disciplinar o asignaturista, y responsabilice a la escuela en el deber de explicitar un plan de acción para abordarla. Sin embargo, debiéramos poner atención a algunos riesgos que todo esto involucra. En primer lugar, esta reforma constitucional fundamenta su importancia en el hecho de que la ciudadanía se ha distanciado de la política dada la baja participación electoral. Podemos advertir, entonces, que esta propuesta se moldea según un paradigma liberal: entiende la formación cívica como una tarea vinculada principalmente a prepararse para celebrar el acto de votar y no como una capacidad mucho más amplia, necesaria para la vida cotidiana y el logro de una participación activa y comprometida. Es negativo reducir el concepto de ciudadanía de ese modo. Significa invisibilizar otros derechos necesarios, además de los civiles y políticos, como los sociales, económicos, culturales o medioambientales. La formación ciudadana clásica no alcanza para enfrentar la desidia, la falta de sentimiento de responsabilidad respecto del devenir de nuestra sociedad y de aprender a incluirnos desde una participación responsable. Y no basta con conocimientos. También es importante el desarrollo de habilidades y actitudes, lo cual es posible cuando se viven formas de relación coherentes con los ideales democrá- ticos, de participación y de ejercicio de libertad responsable que deberían ser propuestos en un espacio de formación ciudadana. La propuesta del Poder Ejecutivo consideró ampliar la noción y considerar además los derechos económicos, proponiendo incorporar la educación financiera al currículum escolar. Cuesta comprender por qué se priorizó esta preocupación por encima de otros aspectos importantes, como los derechos sociales, medioambientales o reproductivos. Como el texto propuesto no consideró ningún otro derecho adicional, la noción de ciudadanía quedó, en buenas cuentas, supeditada a su noción más clásica. Otra cuestión a considerar es que queda fragmentada e insuficiente una asignatura de educación cívica sin una formación del ámbito moral de las personas. Ninguna de esas dos áreas registrará un cambio sustancial si no es acompañada de una estructura sociopolítica adecuada y de una cultura escolar que la fortalezca. Tengamos presente que muchas veces ellas pueden funcionar en un sentido opuesto a lo que se dice querer formar, promoviendo el éxito individual, clasificando según rendimientos, validando ciertos saberes por sobre otros que están disminuidos o derechamente invisibilizados, pidiendo adaptación y obediencia a condiciones que son definidas por unos pocos actores, desarrollando relaciones instrumentales entre los individuos que la conforman y, con ello, debilitando la posibilidad de relacionarse desde inquietudes auténticas, desde la solidaridad, la inclusión, la deliberación, la reflexión y la participación. Al respecto, el mismo padre Alberto Hurtado, en el contexto de su época, ya planteaba una crítica a la escuela, responsabilizándola del desinterés que los ciudadanos sienten por la sociedad. Lo hacía ver apuntando a que es en la escuela en donde se aprende a ser individualista y competitivo, dado el énfasis en el trabajo individual y la responsabilidad solo en sí mismo por los propios actos, sean positivos o negativos, y que se aprende desde las relaciones que los adultos educadores establecen con los niños y jóvenes. Señalaba claramente que aprender a tener una actitud comprometida con los demás requiere de vivir relaciones de colaboración, de manera de desarrollar un sentido del colectivo a través del cual se aprenda a ser solidario, generoso y comprometido. Además del papel de la escuela de incluir el ámbito moral sin separarlo del cívico, se suma la importancia de que el profesorado sepa, pueda y quiera desarrollar prácticas pedagó- gicas en el aula que den lugar a un espacio para el aprendizaje de una convivencia democrática. Esto se debe hacer no solo en una asignatura de educación cívica sino que también en las demás áreas del currículum, pues no es exclusivo de la clase de ciudadanía el tener un espacio para participar y reflexionar con los demás, dar opiniones y decidir en conjunto sobre aquellos aspectos en los que se pueda decidir. Ello es una posibilidad latente en toda situación de convivencia y, por lo tanto, los profesores debiéramos tener conciencia de esa responsabilidad inherente a nuestro rol, independiente de la asignatura que tengamos a cargo. Así, tanto la escuela en su conjunto como los espacios de clase debieran ser una oportunidad para vivir una convivencia democrática. El desafío involucrado en este tema no podrá ser respondido desde la sola asignatura, si quienes enseñan y gestionan la escuela no invitan a ensayar y vivir las experiencias de una cultura cí- vica y moral que eduque en sí misma, por el solo hecho de estar en ella. Entendiendo la escuela y el aula en particular como un territorio en el que está presente el poder —independiente de cuán distribuido o concentrado esté—, debemos valorarlo como el espacio por excelencia en el que nuestros niños y jóvenes experimentan cómo relacionarse entre sí y con la autoridad. De acuerdo a cuán incluidos se sientan en el devenir de los acontecimientos, se desarrollará en ellos el aprecio y el consecuente compromiso con los adultos que son figura de autoridad, en tanto los perciben como personas que acogen, los aceptan y asumen la tarea de potenciarlos en toda su dimensión humana. Ello implica, por cierto, que la autoridad, desde un sentir democrático, comprende que no es posible desarrollar la noción de hacerse responsable por los otros si no se invita a aprender a ser parte, educando el saber, el poder y el querer serlo. CAMBIO DE PARADIGMA: DE LO ESCOLAR A LO EDUCATIVO Hemos señalado que la escuela es el espacio de socialización por excelencia, en el cual aprendemos a desarrollarnos y relacionarnos con los demás. Es más que ir a una sala de clases a aprender. En la lógica tradicional, en la que los adultos deciden y los jóvenes deben acatar, se escolariza a las personas, reforzando su heteronomía. Se aprende a ser dependiente del control externo, a esperar que se nos diga qué hacer, cómo y cuándo, limitando así la capacidad de reflexionar sobre nuestro propio actuar, tomar decisiones y desarrollar nuestra autonomía e iniciativa personal. Educar es lo contrario de escolarizar. Es crecer conquistando cada vez mayor autonomía para aprender a hacerse cargo del propio actuar. Y ello se va desarrollando en un proceso largo que requiere, por parte de quien pretende educar, incluir a quienes se están formando, relacionarse con ellos considerando sus necesidades, intereses y preocupaciones, dándoles además los espacios para expresarse, pensar juntos y decidir conjuntamente y paulatinamente, a medida que van aprendiendo a hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones. Requiere acompañamiento, acogida, encuentro, aceptación, sentir que se puede confiar en los demás, que podemos aprender de los errores, que podemos hacer preguntas y no solo responder certezas. Requiere diálogo para interpelar al otro desde la pregunta, invitándolo a pensar y así desarrollar su conciencia. No certezas. La moral no se inculca, se desarrolla en la medida en que se invita a reflexionar sobre las acciones. La responsabilidad de la escuela es, entonces, educar. No solo instruir. Y la educación transita por la relación humana, por la calidad de los vínculos que se desarrollan con aquel que está creciendo bajo nuestro cuidado. Si los estudiantes crecen bajo la vigilancia, siendo tratados como sujetos sospechosos, peligrosos, demostrándose bajas expectativas sobre sus personas, sin duda aprenderán a moverse sin sinceridad, resignada o solapadamente, solo respondiendo a lo que se quiere o espera de ellos, no necesariamente desde el “yo quiero”, sino que desde el “yo tengo que…”. Y, desde ahí, la posibilidad de desarrollar autonomía y compromiso auténtico con los propios procesos se reduce drásticamente. Entonces se aprende a ser dependiente de lo que otro nos diga qué hacer, cómo y cuándo, en lugar de autorregularnos. Botamos la basura al suelo, porque todos lo hacen. O porque no hay nadie que nos reproche, porque nadie nos está mirando. Ponemos la música fuerte, irrumpiendo en el espacio de los demás, porque nadie me dice nada. Desarrollar conciencia moral es más efectivo que cualquier control de vigilancia o cualquier normativa legal. Que la persona aprenda a autorregularse para conducir su vida felizmente, en armonía con el todo social, debiera ser el propósito de un proceso que pretenda ser formativo. Los espacios para el aprendizaje de la autonomía en armonía con los otros no solo se dan en espacios como una radio o un diario escolar, o en actividades extracurriculares. El espacio en el que más se está en nuestro paso por la escuela es la sala de clases. Y en ella, no importando la asignatura que se esté estudiando, siempre hay relaciones humanas mediadas por un profesor, quien tácitamente concentra o distribuye el poder, según sean los espacios que niegue u otorgue para que los estudiantes piensen, se expresen y tomen decisiones. Y es en este punto que podríamos poner el acento para explicar cuánto pesa la escuela en lo que somos como sujetos sociales: cómo vamos asumiendo como algo natural —si hemos vivido una lógica tradicional— que las figuras de autoridad no tienen por qué preguntarnos nuestro parecer, que hay que hacer las cosas aunque no les encontremos mucho sentido, que lo que nos pase en la vida real o personal no tiene lugar cuando estamos aprendiendo una materia, que el curso de los acontecimientos lo deciden otros… y así vamos debilitando nuestra conciencia sobre nuestro entorno, en tanto aprendemos a movernos como autómatas y, con ello, debilitando la posibilidad de ser ciudadanos, en el sentido ético y político del término. FORMACIÓN DE PROFESORES Volviendo a la oportunidad que representa la reposición de la asignatura de Educación Cívica y la exigibilidad a las escuelas de un plan de formación ciudadana, es importante considerar que la política pública podrá aportar en beneficio del cambio de una cultura escolarizante a una más educativa, si propone medidas adicionales. Estas debieran abordar la formación de profesores y de directivos. Para ello, debiera convocarse a una discusión abierta a los actores del sistema escolar y de la formación del profesorado, a fin de definir la forma de implementar la formación de la dimensión ético y política del ejercicio docente y directivo. Importará que ellos aprendan a relacionarse en lógicas reflexivas y participativas. Entendiendo que el solo hecho de estar en relación con otros influye en la formación de un determinado tipo de ciudadano, el prepararse para ser profesor debiera incluir no solo aprender rigurosamente una disciplina y saber cómo enseñarla, sino también cómo favorecer formas de participación y reflexión que impactarán en el ser humano que se irá formando en el proceso. El desafío de la formación inicial de profesores y otros actores de la institución escolar —sobre todo, los implicados en los equipos de gestión escolar— demanda entonces que los docentes de educación superior sean también entes que conviertan sus aulas en espacios cuyas lógicas de relación fortalezcan la convivencia democrática, cuestión que debiera ser parte de los procesos de acreditación de las instituciones de educación superior. Es un desafío no menor en una cultura universitaria muchas veces dominada por el paradigma de que para hacer clases hay que ser experto en la disciplina que se dicta, pasando por alto lo que enseña desde un currículum oculto. Si queremos superar incidentes como el relatado al comienzo de este escrito y avanzar a una mejor sociedad, entonces no podemos seguir pretendiendo que el ámbito cognitivo acadé- mico sea el único y más importante a desarrollar en la escuela. Es así no solo porque cualquier aprendizaje se explica desde una dimensión afectiva y no únicamente cognitiva, sino porque además debemos ampliar la noción de preparación para la vida a algo más que el mero ámbito académico y laboral. Nuestros niños y jóvenes no solo serán trabajadores que desempeñen una determinada tarea en el futuro y ganen un sustento que les permitirá insertarse en la sociedad. Ellos, además, serán personas en otros ámbitos de su vida. No podemos seguir conformando un sistema educativo que prepare solo para proyectos de vida privados que desconozcan o no se interesen por la dimensión ciudadana de la persona. Si queremos un mejor país, más dueño de su destino, la formación moral y ciudadana debiera ser el empeño formativo más importante del sistema educativo. Formar ciudadanía requiere aspirar a una escuela en que lo democrático sea una experiencia vivida, y la política pública debiera fortalecer esa noción de escuela.

jueves, 22 de octubre de 2015

El 11 de septiembre y algunas disonancias entre nuestros discursos y nuestras acciones: La formación ciudadana en nuestro sistema nacional de educación en el marco de las reformas

Las palabras del diputado UDI Ignacio Urrutia en el Congreso Nacional el día 10 de Septiembre no pueden dejarnos indiferentes. En el marco de la discusión sobre dar el bono reparatorio a víctimas de prisión política y tortura, Urrutia intervino señalando que estas víctimas en realidad son terroristas, y que los verdaderos héroes están en Punta Peuco. Sus declaraciones son graves no sólo porque evidencian que hay un Chile que sigue justificando el golpe cívico-militar con la violencia y atropello a los Derechos fundamentales que ello significó, sino además porque dan cuenta de cuán explícito tiene que mostrarse el conservadurismo y la defensa de un ejercicio de poder jerárquico y opresivo, para que reaccionemos y nos escandalicemos ante tan evidente prepotencia. ¿Por qué el conservadurismo tiene que ser tan evidente para que lo veamos? ¿Acaso no vivimos, veladamente, en relaciones que se basan en una desigual distribución de poder, en las que, si estamos del lado desfavorable, no nos queda más que someternos, resignarnos y adaptarnos, y, si estamos en el lado privilegiado, aprovechamos? ¿Acaso no es cotidiana la prepotencia que reflejan las palabras del diputado, sólo que se manifiesta en términos velados, implícitos, escondidos en esas lógicas de relación casi inconscientes que aprendimos al crecer en esta cultura social y que reforzamos día a día de tanto repetirlas y naturalizarlas bajo el supuesto ejercicio de una libertad individual? Sin duda, la actitud del diputado es anacrónica. No porque la postura de fondo lo sea, sino porque en estos tiempos no es necesario ser tan explícito para defender un orden social opresor, jerárquico, conservador. Contamos con medios mucho más efectivos y sutiles que un discurso acalorado para que las personas nos convenzamos de que la única forma de ser sociedad es sometiéndonos al orden establecido. Hay una industria cultural que nos aliena, y un sistema educativo que, muchas veces, desde su pretensión de neutralidad forma a nuestros niños, niñas y jóvenes para naturalizar las relaciones jerárquicas, poco participativas y poco reflexivas. Ya no es necesario reprimir explícitamente cuando hay dispositivos velados y efectivos que refuerzan la Cuaderno de Educación Nº 68, octubre de 2015 2 adaptación y resignación de las personas, las que incluso terminan justificando esa opresión aun cuando las perjudique a sí mismas, y defendiendo el darwinismo social sólo como una cuestión que se puede resolver a punta de esfuerzo personal en lugar de leer la injusticia social como resultado de cuestiones más profundas y estructurales. Lo más grave de estos dispositivos de transmisión cultural como lo son la industria cultural y la escuela, además de alienarnos y hacernos defender -sin querer muchas veces- el orden establecido, es que (de)forman nuestra dimensión moral también sutilmente, haciéndonos valorar ciertas cosas sin siquiera darnos cuenta, creyendo que valoramos otras, disociando así nuestro discurso de nuestra forma de ser. Parece que hemos aprendido a mirar la sociedad como espectadores pasivos, sin un papel que cumplir para transformar aquello que reclamamos. Reclamamos justicia pero no reflexionamos sobre cuán justas son nuestras acciones. Reclamamos abuso de poder por parte de las instituciones o del mismo Estado a través del golpe, pero no miramos críticamente cuánto abuso de poder hacemos desde las posiciones que ocupamos. No nos damos cuenta de que el Golpe de Estado y el atropello a los Derechos Humanos se han convertido casi en un estereotipo que repetimos como consigna, no pensada ni sentida en profundidad…sin darnos cuenta de que la prepotencia y el abuso es algo que sufrimos a diario, o que incluso ejercemos cotidianamente. Es por ello que parece insuficiente nuestra preocupación como sociedad sobre las palabras del diputado Urrutia y el deseo de “nunca más” al atropello de los Derechos Humanos: insuficiente porque no identificamos que el problema de fondo, además del atropello explícito -golpe de Estado, tortura, desaparición de personas- es aquel atropello que sufrimos, ejercemos y defendemos al naturalizar nuestras lógicas de relación como válidas o, peor aún, como las únicas posibles. Parece ser que el problema tiene que ver con la falta de conciencia, con la disociación de nuestros discursos respecto de nuestras acciones, con la falta de elementos que nos permitan visibilizar las habilidades reflexivas y la personalidad moral fortalecida que necesitamos. Difícil escenario se nos presenta al ver que tenemos instituciones que refuerzan esta falta de conciencia, consecuencia y sensibilidad. No podemos hacer mucho como ciudadanos individuales para cambiar una industria cultural cuyos propósitos no son precisamente cambiar el orden de las cosas, pero sí podemos reclamarlo a la escuela, en tanto en ella descansa la responsabilidad de educar a nuestros niños, niñas y jóvenes. La escuela en este sentido tiene una responsabilidad ineludible. Dentro de este marco, los adultos responsables en la formación de personas podemos preguntarnos, ¿tenemos conciencia sobre la responsabilidad personal que tenemos en la transformación del orden de las cosas que muchas veces reclamamos, en lugar de sólo exigirles a otros que cambien las cosas? ¿Hacemos, desde nuestra práctica diaria, un ejercicio de poder justo para que quienes se forman desde nuestro quehacer docente se sientan con derecho a disentir, a proponer, a opinar, a construir un nosotros compartido? ¿Tenemos conciencia sobre Cuaderno de Educación Nº 68, octubre de 2015 3 la responsabilidad que nos cabe en la repetición de formas de relación jerárquicas, acomodaticias, a partir del trabajo que desempeñamos en nuestras aulas? ¿Tenemos conciencia de cómo promovemos la cultura de la sumisión, la resignación y la hipocresía, a partir del trato que tenemos con otros que tienen menor poder que nosotros, y del abuso que podemos estar ejerciendo aun involuntariamente? El papel de nuestro sistema educativo en nuestra formación no sólo cognitiva, sino también moral y política sería un camino para enfrentar estas disonancias entre nuestros discursos y nuestras prácticas, al desarrollar nuestro nivel de conciencia y comprensión sobre la sociedad en la que vivimos, comprometernos con su construcción y hacernos responsables del papel que desempeñamos en construirla. Para ello es importante recordar que la escuela es una institución que transmite permanentemente mensajes implícitos que se absorben inconscientemente, aun cuando lo que se declara formalmente a través de sus discursos –el proyecto educativo, por ejemplo- nos habla de otra cosa, incluso opuesta a lo que se ve a nivel de relaciones humanas cotidianas. Ello quiere decir que la cultura escolar transmite ciertos valores en los niños, niñas y jóvenes que están inmersos en ella. Pero también lo hace en tanto canal de la política educativa a través de la selección y organización de los saberes que han de transmitirse, desde una racionalidad técnica que fomenta valores relacionados con lo útil por sobre aquellos relacionados con lo bueno. Así, parece que interiorizamos la utilidad, la eficiencia, la eficacia y el rendimiento como lo más importante a la hora de evaluar asuntos cotidianos, lo que deja nuestra formación moral en un segundo plano y casi relegada a la espontaneidad, o a lo más, a la transmisión de una moralina que poco impacta en la formación de la personalidad moral de nuestros niños, niñas y jóvenes. Las reformas a la educación que se están discutiendo son una gran oportunidad para enfrentar la necesidad evidente de desarrollar una calidad moral sólida en nuestra sociedad. No sólo por esta inconsecuencia en la que solemos incurrir como sujetos comunes y corrientes, sino también por los abusos explícitos que vemos recurrentemente –desde las palabras del diputado Urrutia hasta los numerosos casos de corrupción de la clase política chilena que dieron origen a la Comisión Engel. Lamentablemente las reformas que se están discutiendo no abordan con fuerza esta preocupación, pues no terminan del todo con las lógicas de mercado del sistema educativo, ni privilegian una formación inicial y continua de profesores que valore su capacidad de formar lo ético y lo político en los futuros ciudadanos. Las condiciones para recuperar la función social de la educación requieren un modelo educativo con otras bases, que favorezca la creación de una comunidad educativa y no que haga recaer la responsabilidad de una educación de calidad sólo en la figura del profesor, porque ello impacta en que trabaje individualmente y poniendo el foco en logro de aprendizajes de orden académico señalados en el currículum nacional. Para una Cuaderno de Educación Nº 68, octubre de 2015 4 escuela que lleve a cabo su función social se requieren condiciones para que el trabajo del profesor sea un trabajo de creación y reflexión, no de administrador eficiente de saberes seleccionados y organizados por otros. A actuar, sentirse responsable, sentirse parte, se aprende. A sensibilizarse con lo cotidiano e indignarse con la injusticia –y no sólo con hechos históricos o de salidas de madre como la del diputado Urrutia, que pueden transformarse en estereotipos- también. Y por supuesto, también se aprende a reflexionar sobre el propio actuar para cuidar la consistencia entre lo que se dice que se piensa y lo que verdaderamente creemos en un nivel muchas veces inconsciente y que finalmente orienta nuestro actuar. Desarrollar la capacidad reflexiva sobre lo ético y no sólo en el plano técnico nos abrirá la esperanza de cambiar una cultura social jerárquica en la que parece que la única forma de inserción posible es adaptándose y resignándose, en lugar de abrir espacios para su construcción y transformación. No basta con las propuestas del Ministerio para abordar esta preocupación si ellas van en paralelo con políticas que las tensionan y las dejan en un segundo plano. Si las escuelas siguen siendo evaluadas por el resultado en pruebas estandarizadas de algunas áreas del currículum nacional, entonces la preocupación de las instituciones educativas será por aquello y no por la calidad moral que los estudiantes están desarrollando al estar en ellas, por mucho que les importe. Para que de verdad se cumpla el “nunca más”, y no sólo veamos la prepotencia en actos explícitos como el del diputado Urrutia, necesitamos de un compromiso serio de la política educativa de no poner en tensión el ámbito formativo con el académico, y de propiciar la formación inicial y continua de profesores visibilizando su labor formativa y no sólo instructiva. Una labor formativa que comprenda que formar ciudadanos comprometidos, vigilantes atentos de la injusticia y el atropello a los derechos de las personas, requiere entender que la formación ciudadana debe ser una prioridad de nuestro sistema educativo. Aún tenemos mucho que avanzar en ello.

jueves, 7 de mayo de 2015

La restauración de la asignatura de Educación Cívica: Desafíos al sistema educativo chileno para avanzar en un cambio cultural (Cuadernos de Educación Facultad de Educación UAH, Cuaderno N°65, Mayo 2015)

La serie de medidas para transparentar la política señaladas por la Presidenta de la República por cadena nacional, como resultado y respuesta al informe de la comisión Engel, es relevante no sólo porque es contundente y drástica, sino porque reconoce que la transformación más importante que debemos emprender como país descansa en una educación que fortalezca valores y actitudes acordes a una sociedad que se relacione desde el respeto, la confianza y el sentido de justicia. Señalar que las normas legales no son suficientes si además no se fortalecen las normas éticas con las que debiéramos conducirnos los ciudadanos, participemos o no en esferas de decisión públicas, recupera, a mi juicio, una cuestión fundamental de la que el sistema educativo actual parece no saber o no poder hacerse cargo: superar su función meramente instructiva y dar paso a lógicas formativas, integrales, que consideren la dimensión ética del ser humano y no sólo la cognitivo académica. En una escuela tensionada por demandas valóricas a la vez que instrumentales, sabemos que lamentablemente esta tensión se resuelve a favor de las últimas en tanto las escuelas funcionan en un escenario de libre mercado que les exige mostrar resultados para ser atractivas a la demanda y así poder sobrevivir. Las palabras de la presidenta son relevantes porque dar un lugar central a la educación cívica reconoce la importancia de que la escuela oriente la formación hacia un modelo de ser humano que reconozca una dimensión ciudadana y no sólo funcional al escenario neoliberal en el que se desarrolla nuestra vida en sociedad. En este sentido, el anuncio de la Presidenta constituye un desafío para el sistema educativo en su totalidad. Revisemos algunos puntos que hacen de esta medida una oportunidad que hay que recoger con cautela, dado el escenario neoliberal en el que está inserto el sistema educativo. En primer lugar, los Objetivos Fundamentales Transversales planteados en las Bases Curriculares que orientan la educación chilena ya han señalado, desde hace larga data, que debe atenderse el desarrollo ético de la persona. En este sentido, el anuncio de la Presidenta no constituye una preocupación nueva, por lo que hay que ser cuidadosos en creer que su anuncio significará un cambio profundo en la formación escolar. Si bien el sistema educativo parece estar exigido a cumplir con los OFT o, de acuerdo a los nuevos términos en palabras de la Presidenta, a dar un “lugar central a la educación cívica, en valores y actitudes, a lo largo de la formación escolar”, exigiendo a las escuelas “tener un programa sólido y explícito en formación cívica”, dicha exigencia no significará un cambio concreto si los criterios con los que se entiende y evalúa una educación de calidad se limita, en la práctica, sólo a medir resultados en ámbitos académicos de unas pocas áreas del currículum a través de la prueba SIMCE. Si la escuela está demandada, por una parte, a desarrollar una labor formativa integral en el ámbito ético, pero sólo es evaluada por su función académica, es obvio que la escuela dirigirá sus esfuerzos a salir bien evaluada en este último ámbito, entendiendo que de ello depende atraer matrícula, en un escenario neoliberal que la hace competir para poder sobrevivir. Así, al igual que los OFT, el anuncio de la Presidenta puede quedar sólo como una declaración de buenas intenciones se no se acompaña de cambios adicionales que actualmente tensionan la orientación de la formación escolar. En segundo lugar, aun cuando se instaure la asignatura de educación cívica, no podemos creer que ello vaya a significar un cambio sustancial en el modelo de ciudadanía que se desarrolle en la escuela si no va acompañado de prácticas pedagógicas que den lugar al aprendizaje de una convivencia democrática en las demás áreas del currículum, pues no debiera ser exclusivo de la clase de ciudadanía el tener un espacio para poder participar y reflexionar con los demás, dar opiniones y decidir en conjunto sobre aquellos aspectos sobre los que se pueda decidir. En este sentido, la escuela en su conjunto, tanto en los espacios de clases como en los espacios extracurriculares, debiera ser una oportunidad para experienciar una convivencia democrática. En este sentido el desafío no sólo afecta a la asignatura de educación cívica que se instaure, sino que a quienes enseñan y gestionan en la escuela, toda vez que tienen la oportunidad de modelar estilos de conducción que abran posibilidades de distribuir el poder para aprender el ejercicio de una libertad responsable, generando así una cultura escolar que en el ámbito moral contribuya a fortalecer la dimensión ética de sus miembros. Este último desafío interpela un tercer punto, también señalado por la presidenta: dar lugar a la formación cívica no sólo en las escuelas sino también en universidades y centros de formación técnica. Quisiera aquí sugerir un aspecto no señalado por la presidenta pero puede proponerse: suponer una escuela preparada para educar a sus miembros en una cultura democrática, tal cual señalamos en el párrafo anterior, supone previamente desafíos curriculares y pedagógicos en la formación de profesores: hacer de la experiencia formativa una preparación no sólo en el ámbito disciplinar y didáctico, sino que además en el ámbito ciudadano, entendiéndose no sólo como ciudadano en su vida civil, sino que en su rol docente, es decir, como alguien que, independiente de la asignatura que enseñe, desde sus prácticas pedagógicas está influyendo en la formación de un determinado tipo de ciudadano, según sean las decisiones pedagógicas que tome y dan lugar a ciertas formas de relación, participación y reflexión en el aula. El desafío de la formación inicial de profesores demanda entonces que los formadores de profesores sean también entes que conviertan sus aulas en espacios cuyas lógicas de relación fortalezcan la convivencia democrática. Desafío no menor en una cultura universitaria muchas veces dominada por el paradigma de que para hacer clases hay que ser experto en la disciplina que dicta, pasando por alto lo que enseña desde un currículum oculto. Así, el anuncio de la presidenta constituye un desafío: plantearnos seriamente la necesidad de transformar nuestra cultura social a partir de un cambio en la cultura escolar. Ello demandará un trabajo en conjunto del sistema escolar que nos invita, a quienes tenemos incidencia en procesos formales de transmisión cultural, a transformar nuestro propio ejercicio del poder y convertir la relación humana en los espacios escolares y universitarios en una oportunidad de empoderarnos mutuamente, fortaleciendo la autonomía de las personas en pos de una sociedad más preparada para conducir su destino. Esto último es un norte ambicioso, que cruza el ámbito político y el ético, pero hacia el cual vale la pena avanzar si queremos tener una sociedad que se oriente por lógicas de confianza y cooperación, en lugar de la sospecha y el aprovechamiento particular, como hemos visto penosamente en el último tiempo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Aumento de horas en Lenguaje y Matemáticas: ¿Educación en beneficio de quién?

La nueva medida anunciada por el ministro Lavín para mejorar la calidad de la educación en nuestro país, que consiste en aumentar las horas de Lenguaje y Matemáticas en el currículum escolar, es un reflejo más de cuán limitada es la concepción de educación que este gobierno se ha encargado de impulsar.

Al Ministerio de Educación no le ha bastado con reforzar sistemáticamente la competencia en el sistema escolar y con ello profundizar la segregación que hace años acusa (baste recordar los mapas con semáforos SIMCE estrenados este año), sino que también se empeña en fragmentar cada vez más los ya limitados saberes a los que acceden nuestros niños, niñas y jóvenes en las escuelas. Si la competencia por el SIMCE ya ha generado una dedicación obsesiva por el entrenamiento para rendir dicha prueba en desmedro de otros saberes valiosos, el aumento de horas para Lenguaje y Matemáticas no hace sino consolidar la idea de que el desarrollo cognitivo sólo puede lograrse a partir de estos sectores de aprendizaje.

Esta última idea la enfatizó el ministro cuando señaló que “lenguaje y matemática son la esencia y base de la educación, y la verdad es que es difícil que nuestros estudiantes puedan avanzar rápido en los otros ramos si no tienen una buena base en lenguaje y matemática” (Fuente: Mineduc). Esta mirada utilitarista de estos sectores de aprendizaje refuerzan la idea de que son importantes en tanto son “útiles”, son un medio para lograr otras cosas, como si no fueran importantes como un fin en sí mismos, o peor aún, como si desde los otros saberes no pudiera llevarse a cabo un desarrollo cognitivo o de otra índole.

Lo lamentable de todo esto es que se impone la idea de que la educación no es el proceso que permite a las futuras generaciones a pensar e intervenir en su mundo, sino que es un medio para defenderse en la sociedad que ya tenemos, adaptarse a lo que hay, dejando fuera de discusión la posibilidad de cambiar el orden actual de las cosas. En este sentido, el secretario general de la UDI, Víctor Pérez, defendió la propuesta del ministro Lavín señalando que “Justamente lo que Chile necesita son emprendedores y si el aumento de horas en matemática y lenguaje ayuda eso, estamos muy bien encaminados” (Fuente: El Mostrador, 18/11/10). El punto es, ¿quién decide qué es lo que necesita Chile? ¿Sólo la clase política dominante tiene derecho a pensarnos como país? ¿Por qué para formular esta política no se consideran las aspiraciones sobre el futuro de nuestro país de los sectores de la sociedad destinatarios de esta política? No sólo se ignoró a profesores, padres y apoderados y estudiantes…con esta imposición la clase dirigente vuelve a ignorar nada menos que a todo el país.

Al que le quede alguna duda sobre si lo que necesita Chile son emprendedores o algo más, observemos rápidamente nuestra sociedad actual: injusticia social, aumento sostenido de la pobreza y disminución generalizada de la calidad de vida de la población, violencia, deterioro medioambiental progresivo, deterioro de la calidad de los trabajos...por citar sólo algunas de las tensiones y problemáticas actuales. La situación social y medioambiental de nuestro país exige un tratamiento integral de los problemas que nos aquejan. Y ello requiere, sin duda, que las futuras generaciones tengan una mirada amplia e integral del mundo, y no fragmentada y limitada sólo a un campo de saberes “útiles” para ser emprendedores. Revirtamos este sinsentido de clasificar los saberes escolares, restar sistemáticamente la importancia de otros, y en suma, limitar la comprensión que las personas tienen del mundo.

Si tenemos el mundo que tenemos, con los problemas que nos aquejan, es porque al parecer no hemos tomado las decisiones adecuadas para encauzarlo en un sentido que nos haga bien a todos y todas. Y tomar decisiones correctas requiere ineludiblemente el aprender a comprender nuestro entorno y reflexionar. Requiere preparar a las futuras generaciones para que lo hagan mejor de cómo lo hemos hecho nosotros. Esto no lo lograremos con un currículum escolar que fragmenta los saberes y además los distribuye desigualmente en lo que a horas por asignatura se refiere, limitando la mirada de mundo de los niños, niñas y jóvenes sólo a la dimensión económica de la sociedad. No lo lograremos restando importancia a idiomas extranjeros distintos al Inglés, disminuyendo horas de Filosofía y de Artes, y ahora, con la última medida impuesta, de Historia. Lo lograremos en la medida que entendamos que necesitamos aprender a construir una comprensión integral de los problemas que nos aquejan.

Santiago, Noviembre 2010
Priscilla Echeverría De la Iglesia
Magíster en Educación mención Currículum Educacional
Docente Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado UAH
Docente Facultad de Filosofía y Educación – Depto. de Formación Pedagógica UMCE

lunes, 7 de junio de 2010

¿Educación o Instrucción de calidad?

No es nuevo que los resultados de la prueba que mide el logro de los Objetivos Fundamentales y Contenidos Mínimos Obligatorios en las áreas de Matemáticas y Lenguaje y Comunicación, más conocida como SIMCE, sean preocupantes. No es nuevo tampoco que a partir de estos resultados se implementen medidas buscando remediar esta preocupante situación. Así tenemos, por ejemplo, la idea del gobierno actual de enviar un mapa a las casas de los padres y apoderados en el que se indican los resultados de los colegios de la comuna. Una más de tantas medidas que obvian la pregunta de fondo: ¿cuál es la razón por la que tantos estudiantes no logran aprender los mínimos esperados en las áreas de matemáticas y lenguaje? Esta medida se ofrece como si con ella se enfrentara el problema, cuando lo único que hace es mostrar algo que todos sabemos: las profundas diferencias en los resultados entre colegios que acogen a estudiantes de distinto nivel socioeconómico (Y no necesariamente entre colegios privados, particular subvencionados y municipales: en Ñuñoa un colegio municipal obtiene mayores puntajes que un particular subvencionado de una comuna periférica).

Vale la pena preguntarse entonces, ¿Acaso no es evidente que los colegios a los cuales acceden estudiantes provenientes de un sector socioeconómico con un mayor capital cultural obtienen mayores resultados? Hay una estrecha correspondencia entre el origen socioeconómico de los estudiantes y el puntaje logrado en la prueba. Entonces, ¿podríamos decir que es un mérito de los colegios el obtener un buen resultado en el SIMCE? ¿Obtendrían esos colegios el mismo resultado, si en un ejercicio hipotético, cambiáramos a los estudiantes con los que ese colegio trabaja, y lo llenáramos de estudiantes provenientes de una realidad social marginal, por ejemplo? El mérito estaría si lo lograra. Pero parece que no es tan simple, de lo contrario, los colegios no pondrían filtros de entrada, cono lo hacen los colegios que se hacen llamar de “excelencia”. Sin embargo, son esos colegios los que ostentan entregar una “educación de calidad”.

Entonces, cabe preguntarse, ¿qué estamos entendiendo por “educación de calidad”? ¿Es acaso un buen resultado en el SIMCE un indicador de calidad en el proceso educativo? ¿Qué nos están diciendo cuando se afirma que el SIMCE mide la calidad de la educación? ¿Es esto correcto?

Si consideramos que la educación es el proceso a través del cual las personas aprenden a hacerse cargo de sí mismas en sus distintas dimensiones –social, afectiva y sexual, académica, civil, ciudadana, laboral- como resultado del conjunto de experiencias que le ha ofrecido la escuela a lo largo del trayecto formativo, entonces podremos inferir que lo que el SIMCE mide no es precisamente el resultado de la labor educativa de la escuela, sino la instructiva, es decir, la actividad de enseñanza-aprendizaje que se lleva a cabo en ella. Y es en pos de esa función que el SIMCE, transformado actualmente en un fin en sí mismo, que lo instructivo le ha quitado mucho de educativo a nuestras escuelas. Y esto hoy se exacerba aún más con la medida impulsada por el actual gobierno, fundada en la competencia.

En pos de ser “cotizados” en el mercado de la educación”, y ahora salir con luz verde en el mapa, los colegios se han abocado a poner filtros de entrada a los estudiantes, prepararlos para lograr un producto en lugar de vivir un proceso, con la carga de estrés que ello significa, controlarlos sistemáticamente para saber cómo van rindiendo la prueba a modo de ensayo, quitar horas de clases a otras asignaturas, sobrecargar a los profesores de las áreas de Matemáticas y Lenguaje con tareas relacionadas con la preparación para el SIMCE, por citar algunas medidas que los colegios toman en nombre de la calidad en la educación. Ante estas medidas, y teniendo presente lo dicho anteriormente sobre el significado de la educación, cabría preguntarse:

- con relación a los filtros de entrada, ellos redundan en una mayor segregación en la escuela. ¿La segregación no atenta acaso contra lo educativo? (Qué decir sobre la creación de Liceos de excelencia que ha prometido el gobierno actual: otro paso a favor de la segregración).
- en cuanto al énfasis en el resultado, ¿pensar en éste por sobre todo no atenta acaso contra lo ético –el fin justifica los medios, dice el refrán popular- , que es una dimensión educativa, y que además necesitamos urgentemente recobrar como sociedad para vivir de una manera más armónica y amable?
- con relación a imponer permanentes ensayos del SIMCE a los estudiantes, ¿no desvirtúa esto el proceso de aprendizaje, y lo convierte en algo frenético, funcional, en lugar de ser un proceso que permita encauzar la natural curiosidad de los niños por aprender?
- en cuanto a quitar horas a otras asignaturas para dedicarlas a la preparación del SIMCE, ¿no es acaso la integralidad del saber la que permitirá preparar mejor a los estudiantes para enfrentar las distintas dimensiones del mundo? (Cuidado! El mundo del trabajo no es el único mundo de la vida de una persona) ¿Acaso no necesitamos de las Artes, la Filosofía, las Ciencias Sociales y los Idiomas?
- con relación a sobrecargar a los profesores, ¿no distrae esto de otras labores que a duras penas los profesores logran hacer en su trabajo, si consideramos que las horas para planificar y evaluar que a un profesor le pagan son absolutamente insuficientes? ¿Acaso el estrés del profesor, la sobrecarga de trabajo a la que se ve expuesto, no atentan contra la calidad de su labor? ¿Y qué decir de participar de otras instancias del colegio, además de la instrucción, para que éste sea un espacio verdaderamente educativo? Instancias tales como trabajar con la comunidad, en proyectos para enfrentar problemáticas al interior de la escuela, entre otras.

Vemos entonces que de calidad de educación hay bastante poco en nuestras escuelas, pues al obsesionarse con lograr buenos resultados en la prueba en cuestión se ha desvirtuado lo educativo. Estaría más claro si nos refiriéramos al SIMCE como un medidor de la calidad de la instrucción que de la educación. Pero ello no conviene a las finalidades de nuestro sistema educativo actual, que más que preparar personas para participar críticamente del mundo, les prepara para adaptarse a él sin más. Si se quisiera evaluar verdaderamente la calidad de la educación de nuestras escuelas, habría que mirar aspectos cualitativos además de cuantitativos, lo que dejaría sin duda mal parado a más de algún colegio de excelencia.

Joaquín Lavín ha dicho que hay que hablar de educación sin ideologizar o politizar el tema. ¿No es acaso la tecnocracia en la que han caído nuestras escuelas reflejo de una ideología? ¿No se está construyendo una sociedad funcional al neoliberalismo desde estas lógicas de competencia? ¿No se está sirviendo al neoliberalismo al llevar la lógica empresarial con grandes corporaciones educativas, promoviendo lógicas jerárquicas por sobre las democráticas que debieran desarrollarse en la escuela para construir una sociedad al servicio de sus miembros? No habría de extrañar que para el tricentenario, estas grandes corporaciones fueran sociedades anónimas que transaran sus acciones en la Bolsa de Comercio, y sus valores dependieran de los resultados SIMCE obtenidos cada año.

Sin duda que el aprendizaje de los objetivos trazados para las áreas de Matemáticas y Lenguaje es fundamental, pero debemos preocuparnos si en pos de ese objetivo se descuida aquello que las escuelas debieran hacer en forma prioritaria: educar.

Priscilla Echeverría De la Iglesia
Profesora

lunes, 26 de abril de 2010

De la necesidad de aprender a relacionarnos.Columna de opinión publicada por El Ciudadano 26/04 y Diario Electrónico U.de Chile

El desafortunado hecho del que nos ha informado la prensa el pasado 19 de abril, que dice relación con el menor del colegio Crisol agredido por sus compañeros, nos recuerda un hecho que hoy es más común de lo que quisiéramos no sólo en nuestras escuelas, sino también en la mayor parte de los ámbitos de nuestra vida en sociedad: imponer la ley del más fuerte.

Esta forma de relacionarnos la vemos en distintos ámbitos de nuestra vida social: en el caso de las escuelas, en el bullying; en la vida privada, en el femicidio y otras formas de violencia intrafamiliar; en lo laboral, en los casos de atropello a los derechos de los trabajadores; en lo recreativo, en la invasión de las barras bravas en el espacio público o las ceremonias de “totemización” de los scouts; en lo académico, en el “mechoneo” universitario; por nombrar sólo algunos ámbitos en los que la dominación de una persona por sobre otra, en la imposición de la voluntad de una persona por sobre la de otro, es el eje de las relaciones sociales, que en algunos casos incluso está legitimada, como los dos últimos ejemplos citados.

Lo anterior refleja formas de relacionarse con los demás en las que queda de manifiesto la necesidad de imponerse por sobre el otro, de tener el lugar privilegiado en una relación construida desde una lógica de jerarquía, como única lógica posible.

Si bien ahora esta problemática aparece en portada a través de este caso de bullying porque el hecho ha tenido evidentes consecuencias negativas para el niño agredido, relacionarse desde la violencia es una cuestión cotidiana de nuestra cultura social, que los niños y jóvenes reflejan como un aprendizaje adquirido en los grupos humanos en los que crecen, familia, amigos del barrio y escuela, todo ello influenciado por una industria cultural que lucra con la violencia, transmitida principalmente por la televisión. Si consideramos que estas formas de relacionarnos atraviesan toda nuestra vida social, no debiera extrañarnos que las nuevas generaciones aprendan a relacionarse de igual manera. ¿De qué nos escandalizamos, entonces?

Debiéramos preocuparnos no sólo de que este problema exista, sino de que quienes deben enfrentar este problema no lo hagan. Y con enfrentar el problema no me estoy refiriendo a pensar en la represión como vía de solución, como lo es la sugerencia que hizo la Municipalidad de Huechuraba de poner detectores de metales en la entrada de un colegio para inhibir el porte de armas, y con hecho fomentar aún más la desconfianza como triste articulador de las relaciones, sino de pensar en abordar las causas del problema.

Ello nos obliga a pensar en las instituciones a las que les corresponde enfrentar el tema de educar, y por lo tanto, de la convivencia. Si bien a nivel de políticas públicas hay una responsabilidad ineludible, a nivel de instituciones en las que descansa el papel de educar también la hay. Estas instituciones que debieran intencionar procesos formativos son la familia y la escuela.

Es indiscutible el papel que le cabe a la familia en lograr que sus miembros aprendan a convivir en armonía. Lamentablemente esta responsabilidad no se está asumiendo debido a las mayoritariamente precarias condiciones de nuestra vida moderna, que se traduce en que las horas de convivencia entre los miembros de la familia sean escasas y de mala calidad. Esto ha significado que la escuela tenga que absorber en gran medida su responsabilidad, generándole con ello un complejo desafío.

No obstante este complejo escenario, es indiscutible que a la escuela le cabe la responsabilidad de educar. Es en ella en la que nuestros niños y jóvenes pasan la mayor parte del día, por lo que es en ella en la que aprenden a vivir en sociedad, para bien o para mal. Es en ella en la que se aprenden las lógicas de convivencia y desde la que es posible mejorarlas cuando hay evidencias de que éstas no benefician a sus miembros, como es el caso del niño agredido en el colegio Crisol. Cabe preguntarnos entonces, ¿Qué lógicas de convivencia fomenta la escuela? ¿Son colaborativas, es decir, de mutua cooperación, o son individualistas, es decir, de mutua competencia, desde las que se aprende a ver a los demás como adversarios? ¿Cómo la escuela intenciona que sus miembros aprendan a relacionarse sanamente?

Es la escuela a la que le cabe enfrentar la problemática de la convivencia porque es en ella que se construye nuestra sociedad día a día. La cultura escolar se construye muchas veces desde lógicas de convivencia determinadas exclusivamente por los adultos, basadas en la desconfianza, en la imposición en lugar del diálogo y la negociación, en la manipulación desde premios y castigos en lugar de la creación de una conciencia individual y colectiva para que cada uno aprenda a hacerse cargo de sí mismo. En esta construcción de la cultura escolar la responsabilidad de la gestión escolar es ineludible. Autoridades y profesores deben reflexionar si están construyendo una cultura escolar impositiva, con la misma lógica de dominación que nos preocupa, o inclusiva, que escucha a sus miembros y por lo tanto enseña a respetar.

No se trata de que los niños y jóvenes aprendan valores como el respeto por los demás desde una prédica cansadora y repetitiva, sino de que cada miembro de la escuela encarne este valor en su forma de relacionarse con los demás, cotidianamente, de manera que educarse sea algo que se dé naturalmente, por el sólo hecho de ser parte de ese grupo humano.

Tampoco se trata de aplicar sanciones a quienes transgreden las normas de convivencia, porque ésa es otra discusión, que se da cuando el problema ya se ha generado. Debemos, de una vez por todas, dirigir nuestra atención a las causas. Y la escuela y su lógica de relaciones tiene gran responsabilidad en ello.

Por Priscilla Echeverría De la Iglesia

Magíster © en Educación mención Currículum Educacional
Docente Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado

viernes, 2 de abril de 2010

De la necesidad de recuperar el espacio público (Columna de opinión Diario Electrónico Radio Universidad de Chile Abril)

El desalojo que hizo carabineros de miles de jóvenes que se concentraron el pasado 1º de Abril en el Parque O’higgins tras haber organizado una fiesta mechona no autorizada es un hecho grave que no puede resultarnos indiferente. Es cierto que cuando se concentran grandes cantidades de personas en un lugar éste queda sucio y que para muchos no es agradable ver a los jóvenes bajo la influencia del alcohol, y si bien todo ello es reprochable en tanto no se hace un uso respetuoso del espacio público, no es excusa para que se les trate como se hizo.

Las fuerzas policiales utilizaron métodos represivos muy violentos para desalojar a los estudiantes, quienes no se encontraban alterando el orden público, sino que bebiendo alcohol en los prados. El desalojo de carabineros no es reprochable sólo por su desmedida reacción, al lanzarles agua sucia y gases lacrimógenos, sino principalmente porque se está reprimiendo el uso de un espacio público, sin contar que con esa represión se puso innecesariamente en peligro la integridad física de esos miles de estudiantes y de los transeúntes que se vieron envueltos involuntariamente en los hechos por transitar por el lugar, tales como los pasajeros del Metro que fueron víctimas de los gases lacrimógenos que alcanzaron el interior de una estación .

Ante la gravedad de los hechos vale la pena preguntarse sobre las causas por las que la autoridad decide actuar como lo hizo, las causas que llevan a estos jóvenes a juntarse como lo hicieron, y las consecuencias que estos graves incidentes tienen en nuestra vida ciudadana.

Con relación a las causas por las que la autoridad –aún no sabemos si la intendencia o la municipalidad- ordena el violento desalojo de los jóvenes, podemos inferir que no se quiere que grandes grupos de personas se reúnan, ni siquiera a beber. Sin contar que no todos jóvenes que estaban presentes estaban ahí para terminar borrachos (¿acaso no es posible que muchos de ellos se hubieran reunido para compartir y pasarlo bien un rato en un parque junto a sus compañeros de estudio?), la problemática en sí, el beber alcohol, no se soluciona con su prohibición, con represión, a la fuerza. Nadie nunca ha aprendido algo a la fuerza, menos a palos, por lo que la decisión de abordar la situación del modo que se hizo es absolutamente injustificada. ¿Con qué derecho se prohíbe a alguien estar en un espacio que, por lo demás, es de todos? ¿acaso esos jóvenes estaban haciendo daño, violentando a alguien? ¿O es que el mensaje de fondo es que a los estudiantes se les tratará con mano dura, aún cuando se junten sólo a beber? ¿Y qué se vendría entonces si se tratara de expresar el derecho a manifestarse?

En cuanto a las causas que llevan a los jóvenes a usar el parque para beber, cabe recordar que la mayor parte de ellos, jóvenes estudiantes de institutos y universidades cercanas, no cuentan en sus propias instituciones con los espacios de esparcimiento y encuentro suficientes. La educación superior de nuestro país se da en muchos casos como sinónimo de ir a una sala de clases y nada más, quedando el trayecto formativo limitado a eso. Ello es grave si consideramos que las consecuencias de una formación que desatiende el encuentro y la interacción entre las personas son nada menos que más individualismo y mayor atomización de los grupos humanos. La formación también se da en el encuentro con otros, y ello no es atendido por las instituciones. El que los jóvenes intenten compensar esta falta de espacios buscando otros alternativos es una consecuencia lógica, por lo que es grave que esto también intente vedarse.

Por último, con relación a las consecuencias que estos hechos tienen en nuestra vida ciudadana, sin duda uno de los más graves es el mensaje implícito en el accionar de carabineros: los espacios públicos no son tal. El que se trate a las personas como si ellas no tuvieran el derecho a decidir por sí mismas, que se les trate con sospecha y violencia, es una triste, desesperanzadora y preocupante señal para nuestra vida pública. ¿Qué clase de sociedad podemos construir desde las desconfianza hacia los otros? ¿Qué clase de sociedad construimos cuando naturalizamos el ejercicio de la violencia como medio válido para regular a las personas? ¿Qué posibilidad tenemos de hacernos cargo de nosotros mismos cuando se nos ve como si no fuéramos capaces de hacerlo, porque hay que “pedir permiso”?

Esperemos que estos hechos sean al menos la posibilidad de que muchos de esos jóvenes, que no han estado “ni ahí” con la política desde hace mucho tiempo, se hagan conscientes de que sí tienen que estar ahí, tiene que importarles la política, pues ella no es más ni menos que las consecuencias que tienen en nosotros el uso que todos hacemos –o no- del poder. ¿Será ésta la posibilidad de que los jóvenes tomen conciencia de que no es posible sustraerse de lo político, pues ello toca cada dimensión de nuestra vida, incluso algo tan aparentemente irrelevante como juntarse con los amigos?

Para terminar, no puedo sino recordar las palabras que el presidente Piñera ha repetido majaderamente una y otra vez desde que inició su campaña presidencial: el deseo de un Chile justo, inclusivo, solidario, acogedor…¿no es acaso este atentado contra nuestros jóvenes una evidencia de injusticia, exclusión, egoísmo y prepotencia? ¿Qué clase de país estamos construyendo desde esta “nueva forma de gobernar”?


Priscilla Echeverría De la Iglesia

Docente Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado


jueves, 25 de marzo de 2010

Si más sabe el diablo por viejo…¿Qué hay de Chile en sus doscientos años? (Columna de opinión para Radio U. de Chile Abril)

El terremoto que afectó a la zona centro sur el pasado 27 de Febrero es un hecho más que vivimos en nuestra bicentenaria existencia como país y del que deberíamos sacar muchas lecciones. Podríamos detenernos en algunos hechos que llaman la atención y que han quedado al descubierto con la tragedia, como por ejemplo las precarias condiciones en las que vive gran parte de la población chilena, la impotencia de los afectados por el colapso de modernas construcciones o la discusión sobre la falta de dineros públicos para enfrentar la reconstrucción del país, entre muchos otros.

Y deberíamos sacar lecciones porque lo contrario significaría que las cosas ocurren en vano. Al no detenernos en lo que hemos vivido, perdemos la oportunidad de revisarlo, reflexionar sobre sus causas y construir comprensiones que nos permitan tomar mejores decisiones en el presente y en el futuro, en otras palabras, perdemos la oportunidad de aprender de la experiencia. Al no hacerlo, arriesgamos que nos pasen las mismas desventuras, una y otra vez, y de quedarnos dependiendo de que otros nos indiquen qué hacer.

Es por ello que es tan importante aprender a reflexionar sobre lo que vivimos. Pero ¿nos hemos preguntado por las causas de esos hechos que nos llaman la atención? ¿nos preguntamos, por ejemplo, por qué hay tantas personas viviendo en la vulnerabilidad, en la pobreza? ¿Nos preguntamos por qué siendo Chile un país tan rico en recursos naturales, aparentemente no tenemos dinero para su reconstrucción? Preguntarnos acerca de la realidad no es algo que se improvise, es más bien una actitud que se aprende. Y lo hacemos de las instituciones que nos educan, la escuela, la familia, y ahora, con gran influencia, los medios de comunicación masiva.

Estos últimos, sirviendo a los intereses de los grandes grupos económicos, poco o nada hacen por instalar la reflexión en nuestra población. En cambio, la escuela sí podría hacerlo, siempre y cuando intencionara este propósito. El papel de la escuela en la conformación de la mirada de mundo de las futuras generaciones no es neutral, aún cuando desde la mirada oficial así se pretende que lo creamos. A modo de ejemplo, el gobierno actual se ha preocupado de aclarar que los estudiantes cuyas escuelas se han visto afectadas por la tragedia no dejarán de ver ciertos contenidos mínimos, como si lo central de educarse se limitara a eso. La pregunta no es cuántos contenidos los alumnos verán, sino para qué y desde qué perspectiva serán abordados. Por citar otro ejemplo, un artículo publicado con fecha 15 de Marzo en el Portal EducarChile se titula qué responder cuando un niño pregunta por qué Dios permite tanto dolor. Y resulta curioso que a lo largo del escrito se legitime la pregunta, no haciendo el alcance, por ejemplo, de que parte de ese dolor –no tener los medios para reconstruir la vivienda o no contar con una fuente laboral digna- no tiene que ver con Dios sino con lo que las personas hemos construido como sociedad. El enfoque del artículo promueve una manera de entender la realidad simplista y conformista, enfoque que, llevado a la educación, preocupa cuando se traduce en que los profesores no recogen lo que acontece en lo social para aprender de ello, lo que se explica si entendemos que se forman en un modelo que los concibe más como técnicos que como intelectuales, distando de que entiendan su labor como algo que abarca mucho más que pasar materia. Ello hace cada vez más difícil que podamos crecer como sociedad, pues al no desarrollar la reflexión y la crítica como herramientas de aprendizaje, nos quedamos con explicaciones simplistas sobre la realidad, como que la voluntad divina no tuvo la deferencia de dotarnos de medios económicos o incluso intelectuales para tener una vida mejor.

Desde esta perspectiva, la educación en general y el papel de los profesores en particular tienen que cambiar. Abrir espacios en la escuela que promuevan la reflexión de lo que nos acontece en nuestro diario vivir es una condición básica para aprender de nuestras experiencias, y con ello, crecer como sociedad. Plantear el desafío de convertirnos en una sociedad madura, que aprende de sus vivencias, requiere que aprendamos a reflexionar sobre lo que vivimos, y por lo tanto, como primer paso, preguntarnos sobre ello. Comprender que los hechos sociales –la pobreza, la injusticia, la marginalidad, entre otros- no son naturales sino culturales, y por lo tanto tienen una explicación en lo que como sociedad hemos construido.

Parece que el refrán “más sabe el diablo por viejo que por diablo” no se aplica a nuestra sociedad chilena. Ya con doscientos años encima, poco tiene nuestra sociedad de sabia. Con un doloroso capítulo de nuestra historia reciente no resuelto, la dictadura, el bicentenario nos encuentra con un gobierno de derecha, con un Manuel Rodríguez televisado rebajado a la figura de guerrillero del amor, con el retorno de un emblema que nos define autoritariamente por la razón o la fuerza, y con un país que, aún rico en recursos naturales, deposita su esperanza de reconstrucción en un programa de televisión en lugar reclamar dignamente lo que le corresponde, aplaudiendo a las empresas mineras que donan unos cuantos millones, en lugar de preguntarse por qué no pagan un royalty que compense la extracción de nuestros recursos naturales no renovables. Hace cien años los obreros que murieron en la escuela de Santa María de Iquique lucharon por sus derechos y su dignidad. Hoy, el artículo 159 del Código del Trabajo hace estragos con la cesantía en la Octava Región.

Parece ser que no hemos aprendido de lo vivido a lo largo de nuestra historia. No dejemos que nuestras experiencias se pierdan, En ello, quienes construimos la cultura social de nuestro país: profesores, comunicadores sociales, periodistas, artistas, tenemos mucho que aportar. Pero en particular las políticas educativas de nuestro país deben avanzar, pues desde la mirada tecnocrática de la educación que se ha instalado desde hace años se sigue reforzando la idea de que educar, más que alfabetizar a las personas –en términos de ayudarles a comprender la realidad-, es prepararlos para el mercado del trabajo, como única dimensión de la vida humana. Difícil se ve que avancemos en este sentido con un Ministro de Educación Opus Dei, pues desde esa visión de mundo la posibilidad de comprender lo que nos ocurre como sociedad se anula en la explicación de que es la voluntad de Dios la que explica el mundo. De seguro Dios no ampara la grave injusticia social en la que vivimos, pues ello es obra del hombre.

Priscilla Echeverría De la Iglesia
Profesora.

jueves, 18 de marzo de 2010

De los daños estructurales de la sociedad chilena Columna de Opinión Marzo 2010 Diario electrónico Universidad de Chile

El terremoto que sacudió a nuestro país el 27 de Febrero ha sido una catástrofe lamentable que sin duda ha golpeado muy duro a ese Chile que hasta antes de ese día era casi invisible, porque no aparece en televisión a menos que se trate de un programa pintoresco, que no hará un cuestionamiento sobre sus precarias condiciones de vida ni contrastará su realidad con el éxito económico de los grandes capitales ni con las favorables cifras macroeconómicas. Es ese Chile que trabaja día a día no para acumular capital, sino para subsistir, y que ante tragedias como la vivida es el primero en sufrir las consecuencias porque es vulnerable.

Ante la tragedia, no sólo pudimos ver a ese Chile profundamente afectado. También hubo daños en modernas edificaciones, en infraestructura, en edificios públicos, en puentes y caminos…en todos ellos se hizo necesario evaluar la intensidad de los daños, y tal vez por ello una de las frases que más se escuchó por estos días en la prensa es la de la necesidad de diagnosticar si había daños estructurales.

Y es que el terremoto no sólo dejó a la vista la estructura dañada de los modernos edificios. También quedaron al desnudo el daño estructural de nuestra sociedad, acusando una debilidad que tal vez no se había advertido antes con tanta crudeza: la fragmentación social y la consecuente vulnerabilidad de nuestro pueblo ante la adversidad que vivimos. Tal vez más que nunca quedó al descubierto la falta de educación de nuestro pueblo, pero no esa educación que se reduce a la adquisición de contenidos que habitualmente entrega el colegio como preparación para el mundo académico o laboral –que no son, por cierto las únicas dimensiones de la vida-, sino aquella vinculada al ejercicio de la ciudadanía, aquella que nos prepara para la vida social, es decir, esa educación que nos permite incluirnos en un tejido social para participar en él, autogobernándonos, confiando en los demás y queriendo contribuir por el bienestar de un grupo humano.

Sin duda que si nuestro pueblo fuera educado, en ese sentido del término –lo que involucra materias cívicas y de derechos humanos, sociales y civiles- es muy probable que gran parte de esta historia hubiera sido diferente, porque la conciencia política permite un sentido de pertenencia y responsabilidad para con los otros que se traduce en una mayor organización.

El caso de Martina, la niña de Juan Fernández que corrió a tocar la campana de su pueblo para alertar a sus vecinos, da cuenta de un sentido distinto de vivir en un grupo humano. El actuar de esta niña manifiesta un sentido de responsabilidad para con los otros, de un sentido de participación y pertenencia que no sólo la hace consciente de sus derechos, sino también de sus deberes para con los demás, no calculando cuánto se gana o se pierde con ese compromiso, porque no es el criterio rentabilidad el que guía las acciones –lógica de mercado- sino el sentido ético.

A diferencia de este destacable caso, la devastación dejó al descubierto en otros lugares la cuestionable calidad humana de muchos que agravaron la situación sembrando desconfianza y temor aprovechándose de las circunstancias –como el caso de quienes robaron en tiendas y supermercados-, la falta de ética de empresas constructoras que no se pronunciaron en su responsabilidad en los casos de edificios afectados, y el aprovechamiento de los medios al convertir la catástrofe en otra oportunidad de farandulización con su consecuente provecho económico. Todo ello, manifestación de las grietas profundas que hay en nuestra estructura social.

Por supuesto que el análisis de este daño estructural no lo presenta la televisión. Por el contrario, los medios se encargaron de sacar provecho de él al exaltar, por ejemplo, la supuesta ineficiencia de las autoridades para responder a las necesidades de los afectados, consolidando con ello la idea de que es la autoridad la única que debe responsabilizarse ante las necesidades sociales y no los grupos humanos hacerse parte en enfrentar las problemáticas que les afectan. También la prensa exaltó, promoviendo de fondo la misma ideología que des-empodera a los grupos humanos, los hechos delictuales ocurridos en Concepción, fuertemente exacerbados por la alcadesa Van Rysselbergue, para justificar la participación de los militares en los hechos y con ello la represión como solución –antesala tal vez de lo que se nos viene en el gobierno entrante- sin expresar la más mínima reflexión por las causas de estas tristes y vergonzosas acciones. Entrar en ese análisis, por supuesto, implicaría cuestionar la lógica misma del neoliberalismo: el individualismo, la competencia, es decir, la ganancia de uno a costa de la pérdida de otro. Y ese otro –esos tantos otros- no hicieron más que aprovecharse de esa misma lógica. ¿Por qué habríamos de esperar conciencia social, sensibilidad, compromiso y rectitud por parte de esos grupos marginados, si estamos en una sociedad que funciona bajo la violenta lógica de la ley del más fuerte?

La cuestionable calidad humana, la falta de ética y el aprovechamiento de los demás que identificábamos anteriormente no es un problema natural, no está en los genes de esos sujetos que reprobamos cuando nos repiten una y otra vez las imágenes en televisión. Aunque se reprimiera a todos, aunque incluso los enviaran a todos a una isla –el sueño de más de alguno- seguirían surgiendo otros. Porque la causa de la existencia de estas conductas humanas no es natural, sino cultural. Es por ello que es posible explicarse esta problemática desde la educación, y es menester enfrentarla desde este frente.

El daño estructural de la sociedad comenzó en Chile en la dictadura, cuando, al destruir la educación pública y al instalar una política del terror, el consecuente proceso de segregación y despolitización nos transformaron en una sociedad poco comprometida, desconfiada de los demás, temerosa. Al instalarse la desconfianza en el tejido social, se instala con ello la idea de que es mejor vivir protegiéndonos de los demás, en nuestro metro cuadrado, cuidándonos hasta del vecino –de seguir manteniendo esta percepción de inseguridad se ha encargado la prensa hasta el día de hoy-. En esa lógica, la participación social, ciudadana, se afecta, debilitando y hasta haciendo desaparecer las redes sociales, como juntas de vecinos, sindicatos, agrupaciones estudiantiles, entre otras, es decir, generando un daño estructural, una grieta que poco a poco empieza a profundizarse, casi sin darnos cuenta. Aparecen, en su reemplazo, la participación en el ámbito del consumo, llenando los espacios dejados por la anterior forma de participación y distrayendo de las necesidades que es necesario enfrentar de manera mancomunada -conflictos en el vecindario, en los trabajos..- Es así como también, al dejar de movilizarnos, sentirnos parte de un grupo en el que todos velamos por nuestros intereses para nuestro propio bien, nos sentimos cada vez más desamparados y dependientes de la autoridad, tal cual evidenció el gran sismo que sufrimos. Y así estamos hoy, y así quedó de manifiesto en la avalancha de imágenes que nos bombardearon por estos días, con toda esta carga ideológica que aquí hemos analizado.

Sin duda que reparar nuestro daño estructural social será lo más difícil de todo. Siguiendo la lógica de las constructoras –que hasta tuvieron el descaro, desde uno de sus personeros, de manifestar que no es tan grave vivir en una torre inclinada- tal vez un poco de maquillaje baste. Por ejemplo, haciéndonos pensar en soluciones provisorias en lugar de enfrentar las causas de fondo: el loable esfuerzo televisivo materializado en la campaña “Chile ayuda a Chile”, que permitió reunir una importante cifra en dinero, conlleva el peligro de instalar esta idea de que con la caridad basta. Porque no confundamos solidaridad con caridad. La caridad sirve, pero no es suficiente. La caridad no nos hace pensar con un sentido de justicia social ni nos hace cuestionar las condiciones estructurales de nuestra economía que permiten que exista tal grado de vulnerabilidad social, de manera que haya que hacer estos esfuerzos de cada tanto en tanto. Por supuesto que para el empresariado es más conveniente desembolsar grandes cifras en estas ocasiones –con el consecuente beneficio publicitario y tributario que ello les significa- en lugar de apoyar cambios estructurales en nuestra economía para enfrentar de raíz las desigualdades sociales, pues esto último les significaría de verdad un desembolso importante.

Entonces, no confundamos el maquillaje con la estructura. No basta con la represión para enfrentar las problemáticas sociales que hemos identificado, ni con el asistencialismo para ayudar a los afectados. Hace falta de una vez por todas que las políticas educativas enfrenten la urgente necesidad de instalar la formación ciudadana en las escuelas desde un sentido verdaderamente participativo que empodere a los sujetos para hacerse cargo de las problemáticas que los afectan. No esperemos que la estructura dañada se nos venga abajo. Tal vez aún es tiempo de fortalecerla, pero para ello hay que intencionar formas de cohesión social que sólo desde la escuela pueden llevarse a cabo, porque es la institución en la que descansa la responsabilidad de educar. Ello requiere, por cierto, que las formas de participación en la escuela, para todos sus miembros, no estén guiadas por una lógica empresarial –de control, eficiencia, y tantos términos que se trasladaron del mundo de la empresa al mundo de la escuela- sino de de una lógica de comunidad en la que sea el bien común y el desarrollo de sus miembros lo que oriente las acciones que se emprendan en ella. Ello requiere abrir espacios para que los sujetos que son parte de ella manifiesten sus verdaderas necesidades. Es distinto un centro de alumnos que se preocupa de organizar completadas y fiestas, a uno que se organiza para plantear sus inquietudes e intereses, o un consejo de profesores en el que se plantean las ideas de sus miembros, a otro en el que sólo han de limitarse a escuchar lo que la autoridad tiene que decir. Hay un largo camino que recorrer aún para esto, pues el autoritarismo parece estar metido a fuego en nuestra sociedad, No olvidemos que muchos aún creen que, en lugar de empoderarse como grupo humano para enfrentar sus problemáticas, la solución está en que los militares salgan a las calles para hacerse cargo.

Priscilla Echeverría De la Iglesia

martes, 2 de febrero de 2010

Respuesta a nota en Radio Universidad de Chile "Lectura de análisis post-electorales"

EN: http://www.radio.uchile.cl/notas2.asp?idNota=58938

Estimado Emiliano, Me parece tan aportadora, aclaradora, esperanzadora tu nota, y la agradezco porque ayuda a canalizar las razones del desconsuelo que a muchos y muchas nos embarga el ver a la derecha electa. No porque la Concertación hubiera sido una elección de mi agrado, sino porque representa, como muy bien dices, la posibilidad de un neoliberalismo menos brutal, menos descarnado...mientras tanto podamos tener alternativas mejores, realmente progresistas, que realmente encaucen idearios de justicia social. Completamente de acuerdo en que luego del golpe de Estado la ideología de derecha ha hecho un trabajo impecable de eliminar cualquier vestigio de sed de justicia social, y teñirlo de connotaciones negativas, de manera que produce rechazo en las personas a las que precisamente se alude cuando nos preocupa la marginación. Comparto contigo profundamente la desazón de vernos en un contexto político frustrante. Frustrante por estar todos los ingredientes que permitirían presentar un proyecto distinto: está el descontento de la gente, está esta sensación de que el sistema económico no nos beneficia, y aun así esto, paradójicamente, parece no ser capitalizable por la izquierda. Está este descontento en la gente de que el sistema nos sume en un sinsentido de obligaciones y sacrificios, pero el problema -y ahí está la victoria ideológica de la derecha- es que la misma gente no hace la lectura de que este malestar se deba a un sistema económico y político neoliberal, sino que se lo achaca a un gobierno de turno, como que todo fuera un problema de administración -de forma- y no estructural -de fondo-. Y claro, como además la derecha aparece con sus discursos tecnocráticos de la eficiencia y la gestión sofisticada, entonces, hábilmente, crean la necesidad para satisfacerla ellos mismos, que fue la fórmula marketera de la que se valieron para capitalizar el descontento de todo un país, aprovechando una masa sin una formación ciudadana mínima que le permita entender que detrás de las decisiones, más que fijarnos en la técnica, en el cómo se hacen las cosas ("hacer las cosas bien", dice la derecha), hay que fijarse en el para qué, en las intenciones que orientan las acciones, porque ninguna acción es neutral. El hacernos creer que la neutralidad es posible, el desideologizar la política, es el gran triunfo ideológico de la derecha. Y es un triunfo porque deslegitima otros discursos, hace ver como engorrosas, problemáticas otras propuestas. Por eso creo que es tan necesario, pero al mismo tiempo tan difícil que la izquierda, esa izquierda que añoramos, renazca y canalice los idearios de justicia social que creemos tan necesarios. Lo paradójico es que habrá que moverse, pero...¿desde dónde? ¿Cómo abrir conciencias cuando esto se logra precisamente en un encuentro, en un diálogo, en una confluencia en un espacio público, cuestión que el neoliberalismo también ha sacado de nuestra vida social tan hábilmente? ¿cómo abrir conciencias cuando la gente cree que tener posturas disidentes es problemático en lugar de democrático? Me parece que la lucha es difícil. Difícil cuando tienes a un país completo aparentemente desideologizado, pero portando una ideología de derecha al relacionarse desde un conservadurismo, de aceptar no tener voz, de valorar el autoritarismo (no olvidemos cuánto se valoran los gobiernos de "mano dura") Aún así, al igual que tú, me pregunto "izquierda mía, estás ahí?". Y claro, sé que está en el inconsciente de muchos...pero no aflora en conciencia, no se encarna en lo concreto. Recuerdo cuando hace un tiempo, una encuesta preguntaba a la gente sobre el rol del Estado, y la mayor parte respondió favorablemente por un Estado más protector, inclusivo, valorando lo público. Esta es claramente una evidencia de una postura que no es precisamente liberal. Sin embargo, estas valoraciones se condicen con la opción política que el país ha tomado. Allí es donde veo que hay una desconexión entre nuestra intuición, nuestros deseos y nuestra conciencia. Falta urgentemente formación ciudadana, definitivamente, falta empoderar a las personas con categorías de análisis que les permitan hacer lecturas de la realidad desde los poderes y los intereses que estén en juego. Creo que ahí está el trabajo, a largo plazo, que la izquierda debe hacer, desde todos y todas las que trabajamos día a día en la creación -y no la reproducción, por favor!- de la cultura social. Relacionarnos desde lógicas de diálogo y encuentro, y no desde la imposición. De fomentar y valorar las voces que ahora están invisibilizadas, de ponerle palabras a los deseos de los que están marginados, de movilizar a las personas, de darles herramientas con las que lleven a cabo sus proyectos, sus ideas... Concuerdo en que se trata de un trabajo a largo plazo que hay que hacer. Así como lentamente se armó un movimiento obrero que en algo así como medio siglo permitió hacer una fuerza que manifestaba lúcidamente deseo de cambio -que la dictadura eliminó violentamente-, así también podemos volver a encauzar un proyecto inspirado en la apertura de las conciencias, en la lucha contra la alienación, en el de devolver la voz a quienes no la tienen. En ese esfuerzo diario nos encontramos con la izquierda. Y hay que creer en ese esfuerzo. Pero también requiere de una fuerza política que sea recogida por partidos políticos que se decidan a encauzar esta lógica. Porque en el autoritarismo que portan muchos de ellos en su interior, en las ansias de liderazgo y reconocimiento, en los egos, está la muerte del intento por reponer el ideario. La izquierda requiere de generosidad, de ponernos de acuerdo, de hacer el trabajo día a día, y, como dije, quienes construimos la cultura social en el día a día -profesores, padres y madres, artistas, comunicadores sociales y periodistas, formadores de profesores, entre otros- somos los primeros en llevarla a cabo. Y los partidos políticos de izquierda, de canalizar y aunar estos esfuerzos. Priscilla Echeverría De la Iglesia Profesora

Respuesta a artículo de Gran Valparaíso, que critica la postura de la derecha que invita a una polìtica de los acuerdos

EN: http://www.granvalparaiso.cl/v2/2010/01/27/no-no-estoy-de-acuerdo/

Totalmente de acuerdo con Wilson, quien denuncia muy lúcidamente lo que él llama la “prédica de la amplitud” de la derecha, que no es más que otra hábil jugarreta política para dividir el país, para decir, arrogantemente “quienes no están con nosotros es porque están en contra de Chile”., como si el sólo hecho de querer debatir cuestiones o no estar de acuerdo supusiera caos. !Por favor, hasta cuándo la prepotencia disfrazada, la condescendencia, el arrogarse el derecho de decidir qué tipo de democracia queremos! Basta ya de esta democracia de las elites, que prefiere acordar entre cuatro paredes lo que “es conveniente”, dejando a todo el resto del país afuera. ¿Un ejemplo? La mesa de conversación que los secundarios ejemplificadoramente lograron establecer para discutir la LOCE, y que dio fruto a una propuesta que la Concertación y la derecha terminaron por ignorar para redactar el proyecto de la LGE a puerta cerrada. He ahí un ejemplo de cómo la política de los acuerdos permite que velen por sus propios intereses, sin hacer ruido, pero con la aborrecible invisibilización de la voz de todo un país que reclama ser escuchado.

Tal cual dice Wilson, efectivamente la Alianza por Chile no fue precisamente colaboradora, paciente ni generosa con la Concertación, pero aprovechan la desmemoria de nuestro país, cual 1984 de Orwell, diciéndole a la opinión pública cuál es el enemigo hoy.

Una pena, una vergüenza y una indignación, que merece ser criticada enérgicamente.

Priscilla Echeverría De la I.
Profesora

Respuesta a artículo de Gran Valparaíso, que sugiere que Piñera encarnaría una "nueva democracia"

En: http://www.granvalparaiso.cl/v2/2010/02/02/hacia-un-nueva-vision-de-democracia/comment-page-1/#comment-2488

Algunos comentarios a la nota:
- Dios no es propiedad moral de la derecha. El conservadurismo lo es. Aquí no se trata de quiénes se son los malos y quiénes son los buenos, sino de los intereses que se defienden.
- "las grandes ligas"...¿para quiénes? Sí, en términos macroeconómicos...¿no se han enterado de que el chorreo nunca chorreó? ¿Y para qué ser de las "grandes ligas"? ¿competir por competir?
- Las problemáticas que se señalan, "inseguridad ciudadana, incerteza social, infelicidad, delicuencia..." no son cuestiones sólo atribuibles a una gestión en particular, sino que son resultados de un sistema económico implantado violentamente en nuestro país por la misma derecha que critica sus consecuencias . Por lo tanto, atribuirlo a una cuestión simplista, "la gestión", me parece una explicación bastante limitada y caradura, una ofensa al intelecto.
- Mirar el futuro con optimismo...¿qué diablos quieren decir estas frases repetidas sin sustancia ("arriba los corazones" y tantas otras de ese libreto repetido)? La derecha ha usado hábilmente el lenguaje, basándose en cuestiones de sentido común con las que tod@s estamos de acuerdo, pero que si se analizan bien, no dicen nada.
- Sobre el trabajar todos por un objetivo común... Difícil hacerlo cuando no ha habido un debate previo a través del cual se aclare qué se está entendiendo por cada uno de esos términos que se ponen como importantes. Por ejemplo, ¿qué se está entendiendo por educación de calidad? ¿y por salud de calidad? ¿por "excesivas" diferencias sociales? Nuevamente el juego linguístico de la derecha: hacer creer que todos estamos entendiendo lo mismo, hacer creer que estamos interpelando un mismo ideal. Claro que todos queremos educación de calidad, y salud de calidad y todo ello que se menciona, pero no todos la entendemos de igual manera. En educación, por ejemplo, los tecnócratas estarán pensando en una buena instrucción reflejada en un SIMCE, otros, en el fomento de la autonomía de las personas (autonomía, ojo, no proactividad). Entonces, ¿vamos aclarando primero antes de arrogarse el derecho a pensar que SU concepción en estas cuestiones es la válida?
- Con relación a la pasividad del país...No es la Concertación la que le enseñó a este país a ser pasivo. Fue la dictadura. Antes de ella, este país era habitado por CIUDADANOS, hoy, por CONSUMIDORES. ¿no tendrá que ver el autoritarismo y el consumo en esta identidad de nuestro Chile, cuestiones que cultural y socialmente impuso la dictadura? (bueno, pero como no quieren mirar el pasado...por algo será). Me parece lo más caradura de la nota. Ahora sucede que la falta de ciudadanía tiene que ver con la Concertación. Claro que cometieron errores en su estilo de gobernar al interior de sus partidos, pero la historia de Chile no empieza -como convenientemente quieren hacer creeer- en 1990. La falta de ciudadanía obedece a un espacio público borrado del imaginario social a punta de balas, nada menos.
- Con relación a los valores, la cuestión no es que se tema que se abandonen valores. El punto es que los valores que orientan al neoliberalismo no son los de la justicia social.
- Con relación a la unidad del país, ésta no se logra por imposición, sino por diálogo, y para ello debiera permitirse confluir a los que no tiene voz, a los invisibilizados por un sistema económico que margina y aliena. La unidad que se promulga desde la derecha violenta, porque la plantean desde un chantaje. Precisamente para mirar el futuro tenemos que saber quiénes somos, cuál es nuestra identidad. Y ello exige irremediablemente conocer y comprender nuestro pasado. La desmemoria es lo más conveniente para este sector.

Priscilla Echeverría De la I.
Profesora

Del rechazo del PS a gobernar revueltos con la derecha

En: http://www.granvalparaiso.cl/v2/2010/02/02/fulvio-rossi-un-escalona-chico/comment-page-1/#comment-2487

No estoy de acuerdo con el titular de esta nota porque la opinión de Rossi no lo convierte en autoritario (a este país no le gusta que la gente adopte posturas claras, quedó aterrorizado con los desacuerdos después de vivir el golpe). Rossi tiene razón al decir que hay visiones de sociedad, hay posturas, y por lo tanto es inconsecuente ser parte de un gobierno cuya visión de país no concuerda con la de otro sector. Eso de “todos con todos en política” me parece una cuestión muy sucia por parte de la derecha, pues confunde a la gente. Si diera lo mismo,no exisitirían los partidos políticos. Se supone que las personas se identifican con una ideología de ese partido (porque si no fuera así, pertenecer a un partido u a otro sería lo mismo que elegir un equipo de fútbol preferido: apasionamiento vacío, sin fundamento racional o valórico). Esta jugarreta de la derecha es una especie de chantaje, pues en el fondo el mensaje a la opinión pública es: “o están con nosotros o no quieren trabajar por el país”, como si no estar de acuerdo fuera problemático. Y no, señores, no estar de acuerdo no es problemático, es democrático.
Estoy de acuerdo en que el Sr. Escalona fue autoritario y su estilo de relaciones responde a la democracia elitista al estilo republicano que en nuestro país ha existido de larga data, en donde los dirigentes, al ser ser elegidos, se arrogan el derecho a pensar por las bases y decidir por ellas. Eso él lo llevó a un extremo y le pasó la cuenta. Pero lo de Rossi es distinto. Un líder no puede, en pos de un sentido democrático mal entendido, decirle a su gente “hagan lo que quieran”, pues ello anularía el sentido de conducción de su rol, sin considerar el hecho de que gobernar “todos revueltos” no es más que un absurdo inventado por la derecha, que quieren consolidar en el imaginario colectivo la idea de que la política se ha desideologizado, como si no fueran las ideologías las que conducen las acciones, sino el cómo se hacen las cosas. FALSO. Siempre las decisiones son orientadas por valores, por visiones de sociedad, por intereses en juego. Ello no es neutral. Por lo tanto, lo que la derecha está haciendo, en el fondo, es considerar cuestiones de forma -cómo se hacen las cosas- y no cuestiones de fines -para qué hacerlas, hacia dónde orientar la acción, qué cuestiones consideraremos importantes, los intereses de quiénes defenderemos… Y claro, en los puestos de perfil bajo, en que no hay que tomar decisiones sino que ejecutar, da lo mismo la militancia,. Y con ello -ellos con el control, pero invitando a peones de otros sectores- quieren hacerse los lindos ante la opinión pública, para hacerse pasar por democráticos, inclusivos (la victoria de la derecha es la victoria en el plano linguístico: darle, a términos propios del progresismo, nuevos signfiicados, desde su mundo, apropiarse de ellos). Y como éste es un pueblo ignorante -políticamente hablando-, sin formación ciudadana mínima para leer críticamente la realidad, que compra toda la política marketera, les resulta. Qué pena.

viernes, 29 de enero de 2010

Respuesta a artículo de Gran Valparaíso, que sugiere que Piñera encarnaría un estilo político de "diálogos ciudadanos"

En: http://www.granvalparaiso.cl/v2/2010/01/28/dialogos-ciudadanos/comment-page-1/#comment-2432

Estoy de acuerdo en lo que se plantea en cuanto a la necesidad de implementar un estilo político en el cual tener diálogos ciudadanos sea un énfasis, pero estoy completamente en desacuerdo en su percepción de que Piñera sea quien encarne ese cambio.

Me parece más bien que es una estrategia mediática para, desde la forma, hacer creer que hay cosas que han cambiado. Digo desde la forma, y no desde el fondo, porque si existiera realmente una voluntad de generar un espacio ciudadano de participación real, entonces Piñera sería partidario de abrir espacios CONCRETOS para escuchar las voces invisibilizadas actualmente, no sólo por los medios de comunicación, sino que por el sistema político que él mismo apoya:

- No dar espacio, en los mismos medios del sector que él representa, a miradas distintas a la oficial (¿cuándo hemos visto los conflictos mapuches, por ejemplo, interpretados por los mapuches, para conocer los orígenes del concflicto, los intereses en juego, por ejemplo. La prensa educa miradas y percepciones que portan una ideología de derecha, porque incluso los mismos periodistas no se dan cuenta de que son peones de la ideología dominante)

- Oponerse al sistema binominal. Con esta lógica que él defiende, de la "estabilidad política", deja fuera no sólo a importantes sectores de nuestro país -que no por ser supuestamente minoritarios debieran ser invisibilizados como lo son hoy. Ser democrático en el sentido que Matías describe, implicaría GENERAR UN ESPACIO PÚBLICO EN EL QUE TODOS TUVIERAN CABIDA, y no sólo aquellos que están legitimados por la cultura dominante.

- Proponer una "política de los acuerdos" que, cuando no es compartida por sectores como el PS, por ejemplo, inmediatamente personeros de derecha tachan de "problemática", o de poco menos querer agitar las aguas y conducirnos a una ingobernabilidad, como hace poco sugirieron personeros de la UDI. Es decir, aqui hay una manifestación clara de que no hay intención de debatir, cuestión básica de una ciudadanía entendida por un tener voz. A menos, claro, que se quiera sólo oír una voz que diga "sí, estemos de acuerdo".

Por lo tanto, me parece violento -simbólicamente hablando- que el nombre de Piñera se asocie a algo tan democrático como pensar en una democracia distinta a la democracia de elites que hemos venido viendo en nuestra vida política republicana, y se transforme en un espacio para tener voz y no sólo voto. Me parece más bien otra estrategia hábil y astuta de un hombre que, gracias al sondeo de un equipo de cientos de asesores, se mueve por lo que le indica el marketing: "esto quiere la gente, haz esto". Y claro, con una masa que no tiene los parámetros mínimos para evaluar la realidad política y develar los intereses y poderes en juego, no termina más que rindiéndose al show que nos ofrecen.

Priscilla Echeverría De la Iglesia
Profesora