El desalojo que hizo carabineros de miles de jóvenes que se concentraron el pasado 1º de Abril en el Parque O’higgins tras haber organizado una fiesta mechona no autorizada es un hecho grave que no puede resultarnos indiferente. Es cierto que cuando se concentran grandes cantidades de personas en un lugar éste queda sucio y que para muchos no es agradable ver a los jóvenes bajo la influencia del alcohol, y si bien todo ello es reprochable en tanto no se hace un uso respetuoso del espacio público, no es excusa para que se les trate como se hizo.
Las fuerzas policiales utilizaron métodos represivos muy violentos para desalojar a los estudiantes, quienes no se encontraban alterando el orden público, sino que bebiendo alcohol en los prados. El desalojo de carabineros no es reprochable sólo por su desmedida reacción, al lanzarles agua sucia y gases lacrimógenos, sino principalmente porque se está reprimiendo el uso de un espacio público, sin contar que con esa represión se puso innecesariamente en peligro la integridad física de esos miles de estudiantes y de los transeúntes que se vieron envueltos involuntariamente en los hechos por transitar por el lugar, tales como los pasajeros del Metro que fueron víctimas de los gases lacrimógenos que alcanzaron el interior de una estación .
Ante la gravedad de los hechos vale la pena preguntarse sobre las causas por las que la autoridad decide actuar como lo hizo, las causas que llevan a estos jóvenes a juntarse como lo hicieron, y las consecuencias que estos graves incidentes tienen en nuestra vida ciudadana.
Con relación a las causas por las que la autoridad –aún no sabemos si la intendencia o la municipalidad- ordena el violento desalojo de los jóvenes, podemos inferir que no se quiere que grandes grupos de personas se reúnan, ni siquiera a beber. Sin contar que no todos jóvenes que estaban presentes estaban ahí para terminar borrachos (¿acaso no es posible que muchos de ellos se hubieran reunido para compartir y pasarlo bien un rato en un parque junto a sus compañeros de estudio?), la problemática en sí, el beber alcohol, no se soluciona con su prohibición, con represión, a la fuerza. Nadie nunca ha aprendido algo a la fuerza, menos a palos, por lo que la decisión de abordar la situación del modo que se hizo es absolutamente injustificada. ¿Con qué derecho se prohíbe a alguien estar en un espacio que, por lo demás, es de todos? ¿acaso esos jóvenes estaban haciendo daño, violentando a alguien? ¿O es que el mensaje de fondo es que a los estudiantes se les tratará con mano dura, aún cuando se junten sólo a beber? ¿Y qué se vendría entonces si se tratara de expresar el derecho a manifestarse?
En cuanto a las causas que llevan a los jóvenes a usar el parque para beber, cabe recordar que la mayor parte de ellos, jóvenes estudiantes de institutos y universidades cercanas, no cuentan en sus propias instituciones con los espacios de esparcimiento y encuentro suficientes. La educación superior de nuestro país se da en muchos casos como sinónimo de ir a una sala de clases y nada más, quedando el trayecto formativo limitado a eso. Ello es grave si consideramos que las consecuencias de una formación que desatiende el encuentro y la interacción entre las personas son nada menos que más individualismo y mayor atomización de los grupos humanos. La formación también se da en el encuentro con otros, y ello no es atendido por las instituciones. El que los jóvenes intenten compensar esta falta de espacios buscando otros alternativos es una consecuencia lógica, por lo que es grave que esto también intente vedarse.
Por último, con relación a las consecuencias que estos hechos tienen en nuestra vida ciudadana, sin duda uno de los más graves es el mensaje implícito en el accionar de carabineros: los espacios públicos no son tal. El que se trate a las personas como si ellas no tuvieran el derecho a decidir por sí mismas, que se les trate con sospecha y violencia, es una triste, desesperanzadora y preocupante señal para nuestra vida pública. ¿Qué clase de sociedad podemos construir desde las desconfianza hacia los otros? ¿Qué clase de sociedad construimos cuando naturalizamos el ejercicio de la violencia como medio válido para regular a las personas? ¿Qué posibilidad tenemos de hacernos cargo de nosotros mismos cuando se nos ve como si no fuéramos capaces de hacerlo, porque hay que “pedir permiso”?
Esperemos que estos hechos sean al menos la posibilidad de que muchos de esos jóvenes, que no han estado “ni ahí” con la política desde hace mucho tiempo, se hagan conscientes de que sí tienen que estar ahí, tiene que importarles la política, pues ella no es más ni menos que las consecuencias que tienen en nosotros el uso que todos hacemos –o no- del poder. ¿Será ésta la posibilidad de que los jóvenes tomen conciencia de que no es posible sustraerse de lo político, pues ello toca cada dimensión de nuestra vida, incluso algo tan aparentemente irrelevante como juntarse con los amigos?
Para terminar, no puedo sino recordar las palabras que el presidente Piñera ha repetido majaderamente una y otra vez desde que inició su campaña presidencial: el deseo de un Chile justo, inclusivo, solidario, acogedor…¿no es acaso este atentado contra nuestros jóvenes una evidencia de injusticia, exclusión, egoísmo y prepotencia? ¿Qué clase de país estamos construyendo desde esta “nueva forma de gobernar”?
Priscilla Echeverría De la Iglesia
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